Por: Daniel Santos
El caer de las hojas—¿es triste o bonito?
Siempre que camino por la avenida me vienen a la mente todos aquellos paseos que solía tener con Tommy en el otoño, cuando éramos mozos. A Tommy le maravillaba ver caer las hojas de los altos árboles. Habían perdido su extraordinario verdor primaveral y, en cambio, se habían teñido de un canelo suave que nos calentaba el corazón. Pero a mí no me gustaba verlas caer. Habían perdido su hogar. ¿Cómo Tommy no se daba cuenta de ello?
Tommy y yo hablábamos de tonterías la mayor parte de las veces. De béisbol, de cuál de nuestras madres hacía mejor la tarta de manzana, de las chicas que iban a nuestro grado en la escuela secundaria… En fin, hoy en día me parecen que esas eran las cosas más importantes. Mi abuelo Matthew solía decir siempre: “Nunca olvides que la vida es aquello que pasa delante de tus ojos cuando tú estás constantemente pensando en lo que podría ser y no es, hijo. Si no miras a los ojos a la vida, el tiempo erosiona tus ganas de vivir. No olvides que la vida llama a tu puerta a cada segundo.” Supongo que esos años pasaron sin darme cuenta por estar pendiente en cosas que no podíamos controlar.
- ¿Qué será de nuestra vida cuando tengamos 40 tacos, Tommy?
- Jajaja, no lo sé, pero apuesto lo que quieras a que vendrás a visitarme a mí y a mi esposa todos los domingos.
- Suena bien. Nos reuniremos con nuestras esposas en tu casa una semana, y a la siguiente en la mía.
- Jajaja ¡No! Tú no tendrás esposa. Vas a espantar a todas las chicas con tus dramas filosóficos. Las chicas quieren acción, no que las depriman con tu metafísica, jajaja.
- Jajaja, ¡Imbécil!
Supongo que así como las hojas caen en el otoño y se acaban renovando en la primavera al florecer de nuevo, el corazón humano funciona a la inversa. Una vez que se marchita ya nunca más vuelve a florecer.
- ¡Ey! Mira a esa chica que va con Tommy.
- ¡Fiú, fiú!
- Eso es una mujer como Dios manda.
- ¡Dios mío, es preciosa!
- Qué preciosa, ¡Está buenísima!
Recuerdo el primer momento en que vi a Linda Johnson caminando de la mano con Tommy. Fue en nuestro primer verano en el pueblo al regresar de la universidad. Tommy se había ido a California, mientras que yo me fui a Nueva York. No lo había visto en un año y por fin nos reencontrábamos con todos nuestros amigos. Nos fundimos en un abrazo.
- ¡Tommy! ¿Cómo te ha tratado la vida, amigo?
- No me puedo quejar, ¿Qué tal tú?
- Tampoco me quejo.
- Linda, quiero que conozcas a uno de mis mejores amigos, Jimmy Rogers.
- Hola Jimmy, Tommy me ha hablado mucho de ti, encantada de conocerte.
Yo solo pude balbucear un triste “igualmente”, mientras hundía mis pupilas en sus añiles ojos. Una corriente eléctrica me atravesó de la cabeza a los pies. Después de tomar una cerveza, nos fuimos todos a casa. En el camino de vuelta, iba por la avenida, pero Tommy no venía conmigo. Se había ido a casa de su tía, que celebraban su cumpleaños. Miré las hojas de los árboles, y pensé en lo que deben de sentir cuando caen en el otoño y saben que no van a retornar jamás a la rama. Me gustaría que las hojas nunca cayeran de los árboles.
- Hola, Jimmy.
- Hola, Linda, ¿Qué haces por aquí?
- Vengo a buscar “Guerra y Paz” de Tolstói, ¿En qué andas?
- Leyendo algunos poemas de Walt Whitman.
- Me encanta esta biblioteca. ¿Es aquí donde encuentras inspiración para tus relatos?
-¿¡Qué!? ¿Cómo sabes tú lo de los relatos?
- Jajaja, no es para tanto. Tommy me lo ha dicho. Incluso me enseñó el que escribiste para tu abuelo.
- ¡Oh! Vaya…
- ¡Te has puesto como un tomate! Jajaja. Creo que tienes una gran sensibilidad para la escritura.
- Wow, que me lo digas tú es un gran halago…
- ¿Te apetece tomar un batido y te hago algunas sugerencias sobre ese relato en concreto? Desde mi humilde opinión.
- Claro…
Abuelo, supongo que tenías razón. Supongo que la vida le erosiona las ganas al que no la mira a los ojos, y supongo que cada día es una lucha por abrirle la puerta cuando nos toca.
- Mr Rogers, tiene una llamada.
- Gracias. ¿Diga?
- Wow, le ruego que baje ese tono. Se le ve estresado, director Rogers.
- ¿Tommy? ¿Eres tú? ¿Va todo bien?
- Sí, es que Linda está este fin de semana en Nueva York, y es una buena ocasión para devolverte la videocámara que usamos en la luna de miel.
- …Claro. ¿Puede reunirse conmigo en una cafetería por Forest Hills? Te enviaré la dirección.
Si las hojas saben que van a caer del árbol tarde o temprano, ¿Por qué se empeñan en regalarnos esos colores tan vivos en la primavera?
- ¡Hola, Linda! ¿Cómo estás? Cuanto tiempo sin verte.
- Bien, ¿Qué tal tú?
- Bien.
- ¿Eres feliz aquí?
- ¿Cómo? Sí, lo soy.
- No tienes el brillo en los ojos de las personas que son felices.
- … ¿Ahora entiendes de brillo en los ojos? No lo sabía.
- Jajaja, cada vez entiendo menos de nada, te lo puedo asegurar.
- ¿Y tú eres feliz?
- Sí, mucho. ¿No lo dirías?
- No lo sé. No sabría descifrar si eres o no feliz. Nunca he sabido.
- Jajaja, ¿Ni siquiera te han servido tus análisis metafísicos?
- De poco me han servido en mi vida, para ser honesto.
- Bueno, eres profesor de filosofía en un instituto y también director del centro. De algo te habrán servido.
- … Sí, para no mirar nunca a los ojos a la vida.
- ¿Y quién de nosotros se atreve?
- ¿Por qué lo hiciste?
- Porque siempre creí que tenías un gran talento, y lo estabas desperdiciando.
- No tenías ningún derecho…
- Ese texto jamás ha visto la luz, y honestamente, no lo verá nunca. Sabes, a veces pensar demasiado puede ir en tu contra. Pensar en lo que debe ser y lo que podrá ser, pero nunca en lo que es. A veces solo tienes que sentir la adrenalina de lanzarte al vacío, y sentirte vivo por una vez en tu vida.
- ¿Has venido para decirme esto?
- He venido a que de una vez por todas me des una respuesta. Una respuesta a por qué no te atreviste a mirarme a los ojos el día de mi boda con Tommy. A por qué pasé años sin verte después de enviar tu relato a ese editor. A por qué cortaste el contacto conmigo después de pasar tanto tiempo juntos durante aquellos veranos universitarios. Una respuesta a por qué nunca me dijiste nada.
- … ¿Para qué quieres una respuesta?
- Tommy y yo nos estamos separando, Jimmy. La semana que viene me voy a Londres. Voy a ser profesora de literatura en University College London. He venido a despedirme de ti. Toma la cámara.
Se levantó, dejó unos dólares en la mesa, y se dispuso a irse. Caminó dos pasos, dio media vuelta, y se quedó mirando mi cara de estúpido:
- Si solo hubieras tenido el coraje de vivir. Tan solo de vivir. De abrir esa maldita puerta por una vez. De darte cuenta de que la vida no va a estar esperando por ti eternamente. Si te hubieras dado cuenta de que no se puede huir nunca del arrepentimiento…
Sollozó brevemente, y dijo:
- Adiós, Jimmy.
Y ahí estaba yo, Jimmy Rogers, con 40 años, viviendo en un callejón sin salida y sintiendo como una bofetada me golpeaba el alma. Perdóname abuelo, por haber permitido que el miedo me erosionara las ganas de vivir hasta destruirlas. Perdóname por haber vivido toda la vida dándole la espalda a lo único que realmente nos pertenece en esta vida y en la otra. Nuestra identidad.
A Nueva York también llega el otoño, pero el color de las hojas que caen es más intenso y uno diría que caen tristes de los árboles. Solo en mi pueblo caen felices de ser renovadas. Solo en mis días de infancia y adolescencia el caer de las hojas es una sinfonía.
Me gustaría ser una hoja en el otoño, para poder sentir lo que es caer y poder sentir el alivio de renovar lo marchito. Por primera vez en mi vida, quiero ver las hojas otoñales caer.
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