Por: Claudia Torres Santiago
La conexión se puede encontrar incluso en lo más cotidiano.
Te preocupas demasiado por los demás. A lo largo de mi vida me han mencionado esta frase innumerables ocasiones, por ejemplo, cuando empleo tiempo en escuchar a alguien que lo necesita aunque eso suponga no poder hacer alguna tarea que me urge, o cuando he excedido mis horas de trabajo o mis tareas porque así podría beneficiar a alguien. Hace un tiempo que comencé a pensar que nuestras sociedades se desarrollan buscando el individualismo y dejando atrás conceptos como el colectivismo, la empatía o la conexión. Las famosas redes sociales que prometen promover la conexión de una forma rápida y ampliar nuestros lazos con los demás fracasan cada vez más en cumplir con estas tareas. Hemos sustituido cantidad por calidad—tener más seguidores o interactuar con más usuarios es mejor que contar con un menor número de amistades o conocidos con lo que se formen relaciones más profundas. Pero nada más lejos de la realidad, pues el ser humano es sociable por naturaleza y estas nuevas formas de conexión empiezan a denotar carencias, aumentando el sentimiento de soledad entre todos nosotros.
En mi opinión, vivimos en un mundo rodeados de motivos por los que sería más cómodo no conectar con nadie, o al menos eso nos hacen creer. Me pregunto, ¿cuándo comenzó a tener sentido el no conectar, cuándo empezaron a tener éxito los slogans que dicen “tus vacaciones en el paraíso, desconectando de todo son ideales” y cuándo crear conexiones se volvió un proceso que, en términos de pérdidas y ganancias, no compensa? Hay una explicación muy clara en la modernidad y el auge del capitalismo, donde los vínculos líquidos son más eficaces que la verdadera profundidad y conexión. Siguiendo este sistema capitalista que nos anima a competir contra los demás para lograr más recursos y poder, puesto que esto equivale a una vida más plena y satisfactoria, sería completamente normal entender las conexiones como algo negativo o perjudicial. Vivimos rodeados de mensajes que nos incitan constantemente a centrarnos en nosotros mismos e ignorar lo ajeno—si conectas con los demás eres más débil, más propenso a que te puedan dañar, pues te colocas en una situación de vulnerabilidad.
Cuando empecé a desarrollarme más a nivel personal, atravesando las etapas de adolescencia y entrando en la adultez temprana me di cuenta de que soy una persona muy empática y no puedo evitar crear esas conexiones con todos los que me rodean, o por lo menos intentarlo en un primer momento. Cuando me refiero a estas conexiones, no solo pienso en mis amistades y familiares más cercanos. También pienso en todas esas conexiones con desconocidos, como siempre tratar de dar dinero a aquellas personas en situación de calle que lo piden o simplemente pararme a saludar a todos los perros que veo por la calle, pueden parecer ejemplos sencillos que no encajan muy bien con ese concepto tan profundo de conexión que tenemos en mente, pero para mi, esto también es conectar. Conectar es más sencillo de lo que nos han hecho creer.
También he vivido situaciones en las que conectar de forma profunda ha resultado en daños, pero a estos daños yo los denomino “daños colaterales”, porque al final aunque mostrarse abierta a conectar me vuelva vulnerable, el beneficio que obtengo de formar conexiones es mayor que el de no hacerlo. Abriéndome a crear conexiones, he conseguido en muchas ocasiones reciprocidad, he logrado sentirme parte de la vida de los demás, sentirme integrada, sentir que mi presencia tiene valor y que en el esquema mental de mis amigos, familiares o conocidos, la conexión con Claudia Torres es beneficiosa. Todo esto a su vez, me produce felicidad, tranquilidad y me ayuda a seguir queriendo formar estas conexiones.
Fomentemos entre nosotros la sencillez de las conexiones y el beneficio que nos aportaría volver a construir sociedades donde la conexión con los demás sea relevante. Reflexionemos juntos sobre por qué dejamos atrás las conexiones con todo y todos que nos rodean. Debemos comenzar por tratar de analizar y destruir los mensajes negativos que nos han hecho creer que conectar nos debilita, dejando de complacer a aquellos que buscan obtener beneficios de la desconexión. Y es que, aunque a veces conectar pueda parecer un proceso costoso, recordemos lo beneficioso que puede llegar a ser, para que a la hora de ponerlo en la balanza, pese más el beneficio que el coste.
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