Por: Daniel Santos
El largo y impredecible camino de la vida.
Cuando me siento triste, me gusta pasear por las noches, bajo la luz de la luna. Levanto la vista hacia el cielo y contemplo la inmensidad de la oscuridad, plagada de estrellas. ¿Hay alguien ahí que esté escuchando? ¿Alguien que pueda aliviar la opresión de la soledad sobre mi pecho?
Me gusta pensar que sí, que hay alguien. De hecho, lo creo. Aunque no me gustara pensar que hay alguien, seguiría creyendo que hay alguien. Aunque deseara con todas mis fuerzas dejar de creer, no podría dejar de hacerlo. Porque la fe no se somete a la voluntad humana. Yo ni quise ni no quise creer, simplemente sucedió así.
Hace tiempo que bebo del agua que me sacia. El agua que me hace sentir que no estoy solo, a pesar de saber que, objetivamente, lo estoy. Al fin y al cabo, ¿no estamos todos solos? ¿No hay una parte de nuestro ser que jamás podrá ser comprendida por ningún ser humano? Madre, padre, marido, esposa, hermanos, amigos, hijos. Ninguno puede comprender esa parte. Leyendo la obra poética “Leaves of Grass”, el poema “Song of Myself” del escritor norteamericano Walt Whitman, me encontré con el siguiente verso:
Not I, not any one else can travel the road for you,
You must travel for yourself.
Esta es una verdad tan irrefutable como que algún día vamos a morir. ¿No asusta saber que recorreremos el camino solos, a pesar de que nuestra sala de estar esté llena de personas que amamos y queremos? Es tan aterrador como mirarte frente al espejo sin maquillaje, sin maquillaje para el alma, y observar todas tus flaquezas. La primera vez que yo lo hice, hace ya algunos años, dos grandes lágrimas descendieron por mis mejillas. Me ardieron las mejillas, y me sentí sediento. Sediento, implorando agua para el alma. Entonces, de repente, la sed cesó. Me pregunté: ¿te sientes solo? El corazón me decía que no, que no lo estaba, y que nunca lo estaría. Sin embargo, tengo que pagar el precio de vivir, que no es otro que no poder compartir una parte de mi alma, de quien soy en el fondo, con ningún otro ser humano, por mucho que quiera.
Quizás eso sea tener fe: saber que no estás solo y tener la certeza de que un ser omnipresente vive con nosotros. Saber que tu corazón alberga todas las verdades de la vida y del ser humano, las realmente importantes. Que en tu interior se encuentra el sentido de la vida.
Pero para llegar hasta esa raíz, el trabajo de esquilmación es tan arduo que te lleva al límite de lo humanamente soportable. A fin de cuentas, el David de Miguel Ángel fue una vez una roca de mármol amorfa, que sin embargo contenía una de las creaciones más hermosas del ser humano. Si te paras por un momento, y miras a tu alrededor, te darás cuenta de que la sociedad actual está realizando el proceso inverso: yendo hacia afuera, en lugar de hacia dentro.
Veo con asombro y pasmo como jóvenes, hombres y mujeres, que no llegan a la treintena, acuden a la medicina estética con mayor frecuencia. Falsifican su físico. Acuden a Tinder, a Badoo, o un bar de copas para tener sexo de una noche. Falsifican el amor y falsifican las relaciones sexuales. Se validan en el dinero, y en el poder, y adoran a falsos ídolos, como los actores, los cantantes o los grandes empresarios. Falsifican el éxito. Consumen todo tipo de drogas, legales e ilegales, con tal de tener momentos de euforia. Falsifican la felicidad. Lo impostado y lo mediocre ha ganado, desde hace ya años, mientras que la fe cada vez se ha ganado más y más enemigos (por culpa de hombres corruptos que dicen representar dicha fe).
Tener fe en algo que trasciende nuestro entendimiento, en un Dios, llámese Jehová, Alá o cualquier otro nombre que quiera dársele, es la manifestación de la búsqueda sincera de lo verdadero, en oposición a lo engañoso, a lo que parece sólido, pero no lo es. De repente, queremos borrar miles de años de historia. La fe está ahí, siempre ha estado; desde las civilizaciones más antiguas hasta ahora—es nuestra relación con ella la que ha cambiado. Creo firmemente que la naturaleza del ser humano contiene el deseo libertador de escapar de la cueva platónica para abrazar el mundo de las ideas, de lo intangible, de lo imperecedero. Sin embargo, este simple concepto de búsqueda de la verdad sea probablemente la más hercúlea tarea al que se puede enfrentar un ser humano. Por ello perseguimos en masa falsos ídolos que reconocemos como las verdades fundamentales de la vida. El amor rápido, banal, o estúpidamente perfecto al estilo de las películas Disney, el sexo, el físico, la euforia, el dinero, el “éxito” …
El lector podrá argumentar que esto no es del todo cierto. Podrá argumentar que simplemente estamos experimentando un periodo de renacimiento en el que nos hemos liberado de las opresivas cadenas de la religión. O que, en todo caso, estamos redescubriendo nuevas religiones o nuevos modos de buscar las verdades trascendentales. Mientras puedo entender en parte el primer argumento, aunque se me ocurren varios aspectos para rebatirlo, el segundo lo digiero con mayor suspicacia. Veo mucha gente hablando de budismo, hinduismo u otras religiones orientales, y me parece maravilloso que lleguemos a ese diálogo con otras formas de ver la vida. Sin embargo, me gustaría detenerme en un concepto estrella: el concepto del karma. Si no me equivoco, la gran mayoría de la población entiende el karma como la ley universal en la que cada acción tiene una reacción consecuente con dicha acción. Si haces el bien, tarde o temprano atraerás cosas buenas, y viceversa. Aunque puede ser un concepto interesante de explorar y de comprender, pienso que, en el fondo, ver la vida como un gigantesco engranaje dirigido por la ley del karma no es más que otra mentira que nos contamos a nosotros mismos para tener la falsa sensación de que controlamos nuestra vida y nuestras acciones. Nada más lejos de la realidad. Pero ¿alguien ha visto a los demás preocupados por erradicar cualquier tipo de deseo, fuente de toda infelicidad?
El superhombre de Nietzsche ha vencido, pero ¿hemos recuperado el sentido de la vida con la modernidad? ¿Te sientes acompañado cuando miras hacia la noche estrellada, o hacia tu reflejo en el espejo?
La fe no se elige. Ese fuego interior que nos dice como verdad irrefutable que es un Creador omnipotente fuente de toda, y sus enseñanzas, fuente de toda manera de vivir, no se enciende de manera voluntaria. La fe se siente o no se siente. Y aunque la sientas, no está exenta de dudas, pero, a pesar de ellas, la fe nunca te abandonará. Pero ello no significa que no debamos revisar nuestra fe de manera crítica, en diálogo con el resto de opiniones y creencias. Sea como fuere, siempre podemos abrir la puerta de nuestro espíritu. Y una vez que comprendes que no es mirar hacia fuera, sino mirar hacia dentro, no añadir capas, sino esculpirlas con mucho cuidado y paciencia, empiezas a conocer las experiencias más significativas de la vida. No importa el golpe—la serenidad no te abandona, porque estás en permanente conexión con la verdad, con lo que es realmente importante. Tu juicio se vuelve más afilado, más preciso, y sabes distinguir lo que merece la pena de lo que no. Dios dicta tu corazón, y tú solo te dejas llevar. Todo el ruido se desvanece, y solo queda el silencio. Las infinitas preguntas que nos hacemos se reducen a muy pocas. Te das cuenta de que muchas de ellas, ni son importantes en sí mismas, ni lo son sus respuestas. Comprendes que no estás perdido, nunca lo has estado. La prudencia y la humildad toman el control, y abrazas cada segundo de tu vida. De repente el aire fresco es un regalo, observar un pájaro volar, compartir una taza de café con un ser querido. Todas nuestras inquietudes son escuchadas. Aceptas con gracia y agradecimiento el peso de vivir. La soledad del corazón. Y la vida sigue su curso. No te importa esperar 20 años para encontrar lo que de verdad buscas, porque sabes perfectamente qué es lo que buscas.
La llama podrá intentar ser apagada, pero nunca podrá apagarse. Sabemos que está presente, la tengas o no. En cada esquina aparece, por mucho que no queramos que sea así: al ver la inocencia de un niño y la sabiduría de un anciano, en el abrazo con un ser querido, en las tribulaciones de nuestra vida. Es inherente al ser humano: el buscar y descifrar las grandes preguntas. La fe es un vehículo de vida, una herramienta que te ayuda a vivir. De la misma manera que un boxeador que tiene mucha fuerza, pero carece de balance y de buen posicionamiento en sus piernas, no puede nunca golpear o esquivar a su oponente, el ser humano que tiene todo lo que la sociedad le ha dicho que debe tener para ser feliz, no puede ser realmente feliz si carece de una base que le ayude a buscar el sentido de su existencia. Se trata de ver mejor con el corazón que con los ojos y, aunque, la relación de los seres humanos con el sentido de la vida se torne cada vez más complicada, deseo, con total sinceridad, que podamos encontrar los caminos que nos llenen el espíritu y nos hagan mejores personas. A mí me han ayudado la fe, la reflexión y la meditación de la sabiduría que se encuentra en los textos sagrados de las religiones abrahámicas. Pero ni yo ni nadie puede recorrer el camino por ti, el camino debes recorrerlo por ti mismo.
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