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Cuando todo estaba bien

Por: Leopoldo Albarracín-Castañeyra y Medina


Casa típica canaria, Finca de los Rugama


Cuando se acercaban los últimos días del mes de septiembre, poco antes de comenzar las clases del nuevo curso, siempre esperaba con ansias que nos volviésemos a reunir todos otra vez.


En aquella finca de “La Laguna” que otrora fuera una gran hacienda agrícola, en esos días templados y largos cobraba un aura especial. Allí se congregaba toda la familia, comíamos y bebíamos a la sombra de unos tarajales retorcidos por el tiempo, mientras los niños correteaban de aquí para allá. Después, ya puesto el sol entre colores dorados y anaranjados, se sacaba un teclado y un par de guitarras, para cantar las mismas canciones de siempre, pero que llenaban el corazón de una manera que nunca más se ha conseguido.


Mientras Orlando, César y Óscar improvisaban con aquellos instrumentos, Armando y Manolo contaban chistes y batallitas que hacían las delicias de todos los que nos sentábamos en coro en torno a ellos. Allí se reía hasta que te dolía el estómago; aunque quizás fuese por el tremendo atracón de comida (toda deliciosa) que cada uno traía para compartir.


Así pasaban las horas, sin pensar en nada, viviendo el momento y disfrutando de la vida de la manera más española que se me ocurre: en una fiesta. Era una tradición muy nuestra, y no les miento cuando digo que cada año que pasa la echo más en falta. Ya saben, los niños crecen, se van a estudiar, los adultos se envuelven en su cotidianidad y quehaceres, y muchos de los que antes nos acompañaban, ya no están. Todo acaba, de un año para otro, sin aviso y para siempre. Es el ciclo natural de las cosas, pero eso no hace que sea menos doloroso.


Hablando años después con un amigo, surgió el tema y le conté esta tradición que teníamos, echó una breve mirada hacia el cielo y volviendo a apuntar a mis ojos dijo:


«No sabes lo afortunado que has sido por poder haber vivido esos fantásticos años disfrutando de esa costumbre donde toda la familia se unía, todo era armonioso y con un ambiente de felicidad y dulzura. Mucha gente tiene a sus abuelos, tíos, primos, etc. muy lejos de donde ellos viven y pueden pasar años sin verse. Unos pueden no llevarse con los otros por enfados estúpidos que duran para siempre; y los que tienen menos suerte, son los que ni siquiera han conocido a su familia. Puedes darte con un canto en los dientes.»


Y estaba totalmente en lo cierto, nunca lo había visto de esa manera, y ahora en lugar de quejarme por la forma en la que terminó todo, doy gracias por haber podido vivirlo. Son momentos que quedarán en la memoria para siempre y recordaré siempre con cariño.

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