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Dame espacio

Por: José Carlos Camacho García


En este relatoo, el protagonista daría cualquier cosa por su amante, incluso una galaxia.


Nunca nos terminamos de entender del todo. Tú eras tan alegre y yo tan según el día. Tú tan rosas, yo tan claveles. Tú tan con cebolla, yo tan sin ella. Tú tan día soleado, yo tan noche estrellada. De algún modo, nos complementábamos, pero en el amor no se trata de encajar como las piezas de un puzle. En nuestras palabras, sin ir más lejos, no nos encontrábamos. No dejaba de ser un sinfín de malentendidos, y los malentendidos terminaron con lo nuestro. Te lo tomas todo muy al pie de la letra, me dijiste en alguna ocasión.


Antes de ti, nunca había conocido el amor. El segundo día que nos vimos me enseñaste una canción que decía: si tú me dices ven, lo dejo todo. Asumí que ese es el único y auténtico modo de amar. Dejarlo todo, para hacer que tu felicidad se convierta en nuestra felicidad.

Te amé, te idealicé, me convertí en tu siervo. Todo aquello cuanto pedías, llegaría a ser tuyo. Sin embargo, por cada ofrenda y acto de amor que cometía, tú me odiabas más. No lo entendía, si sólo me decías que viniera y así yo lo dejaba todo.


Aún recuerdo la pasada Semana Santa, cuando viajamos a Bruselas con tus dos hermanas. Acabábamos de salir del museo de Magritte y el aire desprendía un fuerte olor a fritura y dulce. En un momento miraste al cielo gritando ¡Mataría por un gofre!. Al volver del viaje ya no eran dos tus hermanas, sino una. Y así te conseguí un gofre -aun pensando en lo visceral de tu deseo-. Entonces me dijiste algo entre lágrimas que nunca se me va a olvidar:

Por favor, no puedo más. Dame espacio.


Aprendí alquimia, lo hice por ti. Logré cumplir tu deseo con creces; sin embargo, esto empeoró las cosas y ya nunca más me hablaste. Huiste de mí definitivamente.

Me pediste espacio y te creé una galaxia que coloqué encima de tu casa. Toda para ti.

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