Por: Leopoldo Albarracín-Castañeyra y Medina
Una flor parecida a aquella de Tomás.
Tomás volvía a casa después del colegio cuando se percató de que había una flor muy llamativa color violeta al otro lado de la calle. Era un niño curioso, así que no dudó en acercarse a verla. Cuando pudo apreciarla de cerca, pensó:
-¡Qué flor más bonita! Se la llevaré a mamá-
La arrancó con cuidado y al instante oyó a sus espaldas una voz de anciano que le dijo:
-Chaval, ¿qué haces con esa amapola?-
Tomás se volteó para ver qué quería ese señor que ni siquiera le dejaba coger una flor en paz, y no encontró a nadie. Contrariado, se frotó los ojos para ver mejor y encontró a un señor con pelo blanco, barba larga y una túnica, pero del tamaño de una goma de borrar.
-Te gustan las flores por lo que veo, ¿Verdad?-
-Si, y esta es muy bonita, quería llevársela a mi madre. Por cierto, ¿tú quién eres y porqué eres tan pequeño?-
-Te puedo llevar a un sitio con muchas más flores para que le hagas un buen ramo a tu madre, en el camino te lo cuento todo, ¿Te parece?-
La madre de Tomás siempre le había dicho que no se fuese con extraños, pero nunca dijo nada de hombres de pocos centímetros con túnica, así que aceptó.
-Vale, quiero ver ese sitio.-
El niño asintió mirando hacia el hombrecillo, y cuando levantó la cabeza se encontraba en una pradera llena de flores de todos los colores y formas posibles. Una vez digerida la sorpresa de ese fantástico viaje, el señor comenzó su discurso:
-Yo realmente no tengo nombre, y las personas que me han visto luego se refieren a mí de muchas formas distintas, pero puedes llamarme Sofós. No tengo edad ni patria, hablo todos los idiomas de la tierra y mi misión es mostrar la realidad del mundo a las personas que están preparadas y merecen saberla. Tu eres un niño, por eso te muestro una pradera, para que veas que la belleza de las flores es mucho más variada y colorida que esa amapola que llevas, todas ellas tienen la misma naturaleza. Tampoco tengo forma, y mi apariencia depende de la persona a la que me dirijo para que ésta no me tema y atienda a lo realmente importante.-
-Voy a coger algunas flores más para mi ramo y le contaré a mi madre que todas las flores son bonitas.-
-Por supuesto, y recuerda siempre que el horizonte es más amplio cuanto más alto estés para observarlo.-
Una vez terminada la recolecta de flores, Sofós y Tomás volvieron al lugar original, donde la amapola violeta, y se despidieron. Cuando Tomás llegó a su casa, encontró a su madre que le esperaba para almorzar, le dió el ramo de flores y le explicó lo que había pasado. Tomás lo contó todo con gracia y mucho ánimo, al fin y al cabo le gustó mucho el viaje y lo que le había contado Sofós. Cuando levantó la vista del plato de potaje para verificar que su madre le estaba haciendo caso, ésta tenía una expresión de asombro y circunspección que contagió también a Tomás.
-Mamá, ¿te pasa algo?-
-No cielo, no te preocupes, me acabo de acordar de algo del trabajo, no es nada. - Dijo la madre, intentando ocultar el escalofrío que le produjo que su hijo relatara con todo detalle el sueño que ella había tenido la noche anterior.-
Concluyó el almuerzo, Tomás se fue a dormir la siesta, y la madre, después de recoger la mesa agarró el ramo que le había traído su hijo; todavía no se le había quitado de encima aquella extraña sensación. Encontró dentro una pequeña nota que decía: “el horizonte es más amplio cuanto más alto estés para observarlo”. Aquello volvió a helar la sangre de aquella mujer, pues su hijo todavía no sabía escribir.
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