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Pablo Felipe

Ensayo visual: Elijo creer

Por: Pablo Felipe



Hace ya un tiempo que no puedo vivir en mi ciudad. El cambio fue tan sutil como traicionero. Poco a poco, las calles se sintieron menos mías. Los recuerdos se solaparon en cada esquina, portal y farola. Empezaron a tirar de mí todos ellos a la vez, cada día con más fuerza. Pero no estaban movidos por el odio ni la rabia: a veces eran miradas amables de amigos del instituto, saludos de antiguos profesores o el olor del pan de centeno que compra mi madre; en otras ocasiones, el calor de un abrazo que ya no está.






Los recuerdos tiraron de mí hasta que no pude más y el efecto rebote fue enorme. De un día para otro me mudé a una capital donde cada esquina, portal y farola sugerían una nueva oportunidad. Algún día formaré parte de esto.

 


 




A las dos semanas de llegar, escribí lo siguiente:

 

odio la sensación de estrés de las mañanas, el madrugar lo suficientemente pronto como para sentirme útil, pero también lo suficientemente tarde para sentir que no me roban el sueño, el descanso, el café de las mañanas o una llamada con mi madre. odio el aire cebado y las caras suplicando un abrazo en silencio. el metro avanza lento pero firme y sin piedad, repatriando a quien quiere y a quien desearía una vuelta más a cubierto en el amasijo de metal y ratas. odio ver el sol pero que él no me vea a mí, como si estuviera únicamente reservado para los mejores. odio volver a casa con la misma luz que cuando salí, pero esta vez con los pulmones llenos de óxido subterráneo y las entrañas a rebosar de miedos, remordimientos y “quizás”. odio llegar a la cama y que lo único que haya conseguido haya sido no querer parar.

  

 



 


Han pasado vidas enteras desde aquello y no quiero pecar de optimista. Sigo sintiendo el peso de todo. El lastre generado por el trauma del cambio, las falsas promesas de una ciudad mentirosa y unas palabras grabadas a fuego en mi cabeza. Los colores siguen sin ser como antes, y los domingos muchas veces solitarios.

 

 





Pero hay algo más. Muy sutilmente, entre los silencios de las conversaciones, los instantes entre que salgo de mi portal y mis ojos se adaptan a la luz, estoy volviendo a sentir un impulso. El mismo motor que me lleva a no dejarlo todo, a seguir adelante. El movimiento que ha existido siempre y que, a pesar de no saber de dónde viene ni cuál es su propósito, abrazo como a un viejo amigo. Impulso, motor, movimiento. Fe. La esperanza de que todo vaya a mejor, cogiendo forma poco a poco de entre los restos; la certeza de que, pase lo que pase, tomaré decisiones guiado por mi brújula vital: el amor hacia mi familia, mis amigos y mis hobbies.




 


Todo irá a mejor.

 

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