Por: Alba Martínez Marcos
El centro comercial que da nombre al grupo musical con el que comienza la disertación de la autora.
La semana pasada comencé a escuchar una entrevista del grupo de música Alcalá Norte en el podcast de Carne Cruda. Para mi sorpresa, en vez de abordar el lanzamiento de su disco y las próximas fechas de su gira, la mayor parte del programa trató sobre la importancia de la espacialidad no únicamente en relación al territorio, sino también como seña de identidad y forma de concebir cómo nos relacionamos entre nosotras.
Mismamente, el propio nombre decidido para esta banda corresponde al concepto de “no lugar” acuñado por el antropólogo francés Marc Augé: un centro comercial en el barrio madrileño de Ciudad Lineal. Los “no lugares” están definidos como espacios vacuos y carentes de personalidad. Los centros comerciales se inscriben en tal categoría en tanto que éstos cuentan con las mismas marcas, los mismos restaurantes y los mismos cines. Así, Alcalá Norte podría encontrarse tanto en Ciudad Lineal como en L’Hospitalet de Llobregat. Sin embargo, ¿dichos (no) lugares impiden una habitabilidad continua y una formación de recuerdos concretos dentro de los mismos?
El vocalista de la banda, Álvaro Rivas, explica cómo dicho centro comercial le conecta con vivencias nucleares como puede ser compartir tiempo con sus colegas en el kebab. Al escuchar dicha afirmación, me sentí totalmente identificada. Creo que toda chavala que se haya criado en un barrio a las afueras de la M-30 –o de la M-40 como ha sido mi caso– puede sentirse interpelada. Este hecho podría llegar a contradecir la incapacidad de los no lugares en forjar vínculos relacionales. No obstante, las ofertas en los menús durum como experiencia compartida devuelven a la idea de estos espacios como vivencias encapsuladas y repetitivas, las cuales son altamente similares a pesar de las distintas personas, barrios y comercios que las protagonizan. Me pregunto si acaso hay diferencia entre Universo Kebab en Ciudad Lineal y La Princess –rebautizado como Kebab Boema– en Vicálvaro.
Hago una rápida búsqueda en Google. Descubro que Alcalá Norte –el centro comercial, no el grupo musical– sigue destacando el comercio local frente a grandes multinacionales, sin embargo, los servicios ofertados son análogos a los existentes en el centro comercial de mi barrio: talleres de costura, centros de estética, agencias de viajes, establecimientos especializados en alimentación latinoamericana y tiendas de ropa con estética dosmilera. Los barrios de clase trabajadora habrán esquivado las cafeterías de especialidad –o más bien, las cafeterías de especialidad han decidido deliberadamente no pasear por sus calles–, pero éstas han sido sustituidas por todo un ejército de negocios en masa claramente afín como, por ejemplo, casas de apuestas, gimnasios low-cost y barberías. De esta forma, no únicamente el centro de la ciudad se ha desprendido de locales emblemáticos –Las Cuevas de Sésamo, Almacenes Aragón o cines Conde Duque–, sino que también la espacialidad periférica sufre de tal transformación, a pesar de ser ésta una menos señalada.
Con todo esto, pienso si dichas transformaciones espaciales poseen un calado distinto a la hora de generar memorias significativas. Entre todos los recuerdos que podrían ser destacados, Rivas menciona los viernes de kebab. A pesar de ser una vivencia común en un “no lugar”, se aprecia como aquello genera identidad y arraigo. Tanto como para nombrar a la banda como dicho centro comercial. Los locales impostados del centro de la urbe, sin embargo, parecen no permanecer nítidos en mi mente. En muchas ocasiones no recuerdo el nombre de la franquicia correspondiente o de si cierto momento lo viví en aquel o en el siguiente. Los bares pueden llegar a ser tan similares en su estética que a veces mis evocaciones se entremezclan. No obstante, la compañía es irrefutable. Podré no ser capaz de identificar el lugar en cuestión, pero el momento se mantiene inquebrantable: una ruptura en una cadena de cafeterías, un arroz incomestible en un impreciso restaurante de sushi o cubos de cerveza en los establecimientos indistinguibles de Moncloa.
Las memorias, independientemente de donde sucedan, perduran. No obstante, lo fascinante de la propuesta de Augé y de la visión, consciente o inconsciente, del vocalista de Alcalá Norte– es concebir la percepción del tiempo inherentemente a la percepción del espacio. El tiempo parece presentar una continuidad en aquellos lugares que evocan a lo íntimo y a lo cotidiano, mientras que se encuentra mucho más parcelado en espacios donde nos sentimos ajenas o como un figurante más. Los “no lugares” actúan como tal en tanto que el espacio carece de importancia frente a cómo el tiempo es lo que impregna el recuerdo. Puedo rememorar sin atisbo de duda fechas exactas en ambientes deformados a través de la vaga memoria de los mismos. Momentos clave en los que me veo en un difuminado decorado. Por el contrario, en aquellos espacios que atesoro con mayor cariño –el Sausalito, las mesitas de la facultad o la calle Corregidor Diego de Valderrábano– el tiempo parece ser una línea continua donde todo parece estable. Los lugares están claramente definidos, pero me es más complicado determinar si tal suceso o aquel ocurrió en marzo o en noviembre, ya que dichos espacios están ya integrados en mi día a día. Un viernes de kebab con colegas, por lo tanto, muestra perdurabilidad, y ello otorga coherencia a nuestras vivencias. Puede qué al haber construido los arraigos más valiosos en espacios que nos son familiares, las experiencias más preciadas, por lo tanto, se encuentren en un (¿mal llamado?) “no lugar”: el centro comercial de tu barrio.
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