Por: Anónimo
¿Qué es el amor, y cómo se construye? ¿Es la felicidad, la intimidad, la conexión?...
Existen multitud de definiciones de amor. Es cierto que se puede experimentar de muchas maneras, pero como veremos a continuación, estas no son más que variaciones de la misma cosa. ¿Qué es lo que vamos a entender por amor entonces? Pues aquí vamos a proponer y desarrollar la siguiente definición.
El amor es el sentimiento que nos hace querer el bien de algo
El enfoque que se va a usar para desarrollar esta definición se encuentra en el contexto de relaciones interpersonales. Sin embargo, muchas de las cosas serán aplicables al amor en general. El algo al que se refiere la definición no tiene por qué ser necesariamente otra persona, aunque aquí vayamos a centrarnos en ese caso particular.
Muy bien, pues después de esta disertación teórica, vamos a ver cómo se relaciona esto con la realidad y la práctica. Porque en nuestra vida escuchamos términos como “amar bien” o “amar mal” a alguien, que no es lo mismo estar enamorado que sentir atracción física por una persona, que el amor que sientes por un amigo no es el mismo que el que sientes por tu pareja, que el amor de una madre o de un padre es totalmente diferente al resto... Pero, ¿acaso es así? Y si lo es, ¿por qué?
¿Amar mal y amar bien?
Empecemos con el concepto de amar bien o amar mal. Cuando se habla del amor se entiende que este debe ser causado por (o ir dirigido hacia) algo, en este caso otra persona. Aunque podría ser hacia uno mismo, o cualquier otra cosa como ya se ha comentado.
Problemáticas centradas en el bien
El amor requiere cierto grado de empatía, en cualquiera de sus variantes, puesto que en esencia estamos sintiendo como propio el bienestar de otro, nos estamos alegrando de su alegría precisamente por poder ponernos en su lugar. Si queremos entender bien el amor, y los conceptos de querer bien o mal a alguien tenemos que entender también la empatía. Generalmente se entiende la empatía como:
Querer para los demás lo que quieres para ti (lo que te hace feliz)
En la mayoría de los casos esto puede ser así, pero si se aceptan las diferencias que existen entre los individuos, se puede ver que lo que le hace feliz a uno no tiene por qué ser necesariamente lo mismo que le hace feliz a otro.
Si pensamos que lo que a nosotros nos hace bien tiene que hacérselo necesariamente también a los demás, podríamos estar creyendo desear el bien de alguien sin saber que estamos haciendo todo lo contrario en realidad. Este podría ser un ejemplo de amar mal a alguien, centrado en el bien de nuestra definición de amor. A mí me encanta el chocolate, pero la persona que amo lo detesta. Si lo que le gusta es la mermelada, por poco que me guste a mí, no tiene sentido esperar que prefiera tomarse un bombón antes que una tostada con mermelada. No es raro el caso en el que los padres con la mejor de sus intenciones pretenden que sus hijos vivan una vida repleta de chocolate, sin llegar a entender en muchas ocasiones que llenarla de mermelada sería lo que conseguiría el efecto deseado. Podemos definir, entonces, la empatía como:
Querer para los demás lo que quieren para sí (lo que les hace felices)
Problemáticas centradas en el querer
Si relacionamos la intensidad del amor con la intensidad de querer el bien de algo, podemos partir de un punto sin amor. Es decir, un punto donde no queremos dicho bien, y desde ahí ir aumentando cuánto lo queremos para ver cómo evoluciona el amor. Sentir cierta simpatía o alegrarse ligeramente por el bien ajeno ya empieza a ser una manifestación de amor. Según este sentimiento va creciendo puede llegar un punto en el que el querer ya no sea pasivo. Puede empezar a ser buscar activamente el bien de alguien. Pero, ¿cuál es la manifestación de ese amor? ¿Qué acción práctica le corresponde al amor cuyo querer ha pasado del deseo pasivo a la acción? Cuidar.
Querer activamente el bien de alguien es cuidarlo. Cuidar en el sentido más amplio de la palabra, pero también en el más sincero. Apoyar, compartir, ayudar, proteger, honrar... En definitiva, facilitar genuinamente la felicidad de la otra persona de forma activa.
Existen ocasiones en las que sentir la felicidad ajena como propia no sucede juntamente con participar en su consecución. El punto en el que alguien pasa de un querer pasivo a uno activo varía dependiendo de multitud de factores. Para pasar a la acción se debe vencer una resistencia. Si la fuerza del sentimiento que nos incita a movernos no es lo suficientemente grande, entonces no nos moveremos. En muchas ocasiones procurar la felicidad de otro supone un sacrificio personal. Precisamente este tira y afloja entre nuestros intereses y los ajenos, puede dar lugar a otra forma de amar mal, centrada en este caso en el querer de la definición.
Por ejemplo, imaginemos por un momento que a mí me encanta el chocolate y a la persona que amo también..Supongamos que estamos dando un paseo juntos, y que dicha persona tiene un bombón que se está guardando para el final. Subiendo unas escaleras veo cómo se le cae el bombón del bolsillo y lo recojo. Si decidiese no devolvérselo para comérmelo a escondidas, sería porque a pesar de saber que haría feliz a esa persona, a mí no me haría sentir lo suficientemente bien (o mal).No es raro el caso en el que parejas son infieles, dominadas por una fuerza mayor que supera el sentimiento que pugna por no hacerlo. Sabiendo igual que con el bombón extraviado, que la otra persona estaría mejor si no lo hicieras.
Lógicamente, existen muchos más ejemplos en los que se puede amar bien o mal. Pueden estar relacionados con los casos anteriores, ser una mezcla de estos o venir dados por distintas problemáticas que surgen cuando se manifiesta el amor. Esta manifestación del amor, o mejor dicho, las acciones a través de las que se manifiesta, son las que generan conflictos en la mayoría de los casos, por ello se ha estado utilizando el término amar (bien o mal) en vez de amor (bueno o malo). Podemos entender el sentimiento de amor como algo intrínsecamente bueno, puesto que sentirse bien por algo no tiene una contraparte negativa.. Digamos que esta contraparte aparecería sólo cuando se generase sufrimiento además de felicidad. Es por ello que decimos que es la manifestación del amor y no el sentimiento en sí lo que puede ser malo. Sería la acción que propicia sufrimiento lo que podríamos considerar dañino pero nunca el sentimiento como tal.
En muchas ocasiones los sentimientos incluso son involuntarios, por lo que no tiene mucho sentido poner el foco en lo que sentimos como tal, sino en lo que decidimos hacer con ello. Por ejemplo, si nos damos un golpe, sentiremos dolor, no podemos evitarlo, nuestras terminaciones nerviosas mandarán una señal de alerta al cerebro para avisarnos de que algo está pasando. Aunque no podemos controlar esta sensación, si podemos controlar (dentro de nuestras capacidades) como reaccionamos ante ella. En general el dolor es una herramienta tremendamente útil, una alarma que nos permite alejarnos de situaciones perjudiciales, pero en otras, puede ser sólo una falsa alarma. Depende de nosotros discernir cuál de las dos es. La mayoría de las personas que hayan entrenado algún deporte a cierta intensidad, seguramente podrán entender que haberse ido exponiendo a pequeñas dosis de dolor, a corto plazo y de manera controlada les ha permitido ir acercándose a sus objetivos y ver una mejora a largo plazo. El sufrimiento que sentimos ante la muerte de un ser querido es otro ejemplo de cómo hay sentimientos involuntarios que no podemos controlar, pero sí nuestra reacción ante ellos. Permitirnos sentir dolor y entender que forma parte de un proceso, nos va a ayudar mucho más que tratar de reprimir un sentimiento que es natural. Por ello, centrarnos en cómo nos relacionamos con un sentimiento, en determinar qué es lo que lo causa, o lo que puede significar y sobre todo en cómo vamos a actuar en consecuencia es lo que más puede ayudarnos. Es en esta relación con nuestros sentimientos precisamente donde vamos a centrarnos ahora, en sus tipos y cómo se relacionan con los tipos de amor.
¿Existen distintos tipos de amor?
Ya hemos visto que variando la intensidad de querer el bien de algo se puede pasar de un amor entendido como sentir, a otro entendido como cuidar. Pero independientemente de la intensidad del amor, podemos diferenciarlo también en subcategorías con características particulares de cada una de ellas. Eso sí, todas son manifestaciones de lo mismo: amor. Existen muchas posibles categorías, y aunque no resulta nada fácil analizarlas y encontrar lo que las diferencia, aquí lo intentaremos.
Todos los tipos de amor pueden sentirse individualmente, pero también hacia grupos. Pueden ser grupos grandes o pequeños. El amor hacia la familia podría darse sin necesidad de multitud de familiares, cómo el que sienten un hijo y su madre soltera o dos hermanos huérfanos. Por el contrario, también se puede elevar el número de integrantes indefinidamente. En este caso, merece especial mención el número de Dunbar, que sugiere que 150 es el número máximo de relaciones que puede mantener una persona. No establece sin embargo ningún límite al número de integrantes por los que se puede sentir amor. Podemos entender las relaciones a las que se refiere Dunbar desde el punto de vista activo de amor, y el amor que podemos sentir por un colectivo sin límite de miembros, desde el punto de vista pasivo.
Esta diferenciación es importante, porque para intentar entender las particularidades de los tipos de amor, los vamos a analizar desde 3 puntos distintos. Habrá multitud de enfoques posibles, pero estos van a ser los nuestros.
La causa (origen), el desarrollo (parte activa) y el sentimiento (parte pasiva).
Centrándonos en cada una de ellas, será más fácil abordar las características de los tipos de amor. Sin embargo, estas no son partes aisladas, sino que interaccionan entre ellas y todas forman parte de las otras en mayor o menor medida.
La causa influye en las otras, puesto que es el punto de partida. Lógicamente, dependiendo ésta, las acciones que realicemos en consecuencia serán unas u otras y del mismo modo, lo que sintamos también variará. Por otra parte, el desarrollo puede formar también parte de la causa. En general, el amor no surge en un momento concreto, sino que se va generando mediante la conjunción de muchos de estos momentos. Las dinámicas que dictan el desarrollo o los roles que se adoptan son fundamentales a la hora de entender también la forma en la que nos sentimos. El sentimiento a su vez también influye en el desarrollo. Dependiendo de cómo nos sintamos al lado de una persona, podremos comportarnos de una manera u otra con ella. La confianza que se siente hacia alguien puede hacer que se den ciertas situaciones que de lo contrario no podrían darse.
Causa
La diferencia principal que podemos encontrar entre los tipos de amor es su causa, y las características de cada uno responden a la misma. Las causas por las que aparece el amor son diversas, y pueden ser comunes a ciertos tipos de amor o particulares en otros. La atracción sexual puede iniciar y formar parte del desarrollo del amor romántico, así como el sentido de la responsabilidad puede hacerlo a su vez en el amor paternal o maternal y en ocasiones incluso el factor biológico. La confianza, la afinidad o la intimidad, entre muchos otros factores, forman parte a su vez de prácticamente cualquier tipo.
Hay que tener claro que la causa no es el amor en sí misma, sino lo que podría ser el primer paso que se da en su dirección. No es lo afines que seamos a una persona, ni una experiencia compartida con ella, lo que hace que seamos amigos. La complicidad que existe entre dos amigos es fruto de experiencias comunes, del intercambio de pensamientos y de la confianza que se ha ido creando junto a la imagen de la persona, entre otras muchas cosas. Tampoco es la atracción sexual que se puede sentir hacia alguien lo que hace que sintamos amor hacia él. Sin embargo, este puede ser un factor diferencial a la hora de crear la imagen de esta persona si la comparamos con otras por las que no sentimos dicha atracción. Los momentos de intimidad que se pueden derivar de este sentimiento, o el interés por la otra persona, junto a muchos más, serán los que vayan permitiendo que surja el amor.
Es cierto que las causas sólo son el punto de partida. El amor varía también en función de su desarrollo y como nos sintamos durante ese proceso. Pero si nos fijamos, habrá ocasiones en las que las causas determinarán si podremos o no desarrollar cierto tipo de amor. Por ejemplo, si no sentimos atracción por una persona, los momentos que forman parte del desarrollo sexual de la relación no los viviremos; o si no sentimos afinidad hacia ciertos planes, y no compartimos con alguien esas experiencias, éstas no formarán parte del desarrollo del amor y lo harán otras, dando como resultado un sentimiento diferente. Por tanto, si bien las causas no son el amor en sí mismo, son el punto de partida sobre el que este se desarrolla y, por tanto, la primera diferencia que se puede tener en cuenta cuando hablamos de tipos de amor.
Desarrollo
El desarrollo del amor se refiere a la evolución del sentimiento a lo largo del tiempo, y durante este, pueden surgir causas nuevas, modificarse las antiguas o incluso algunas desaparecer. Lo que determina principalmente el desarrollo son las interacciones, es decir, en esta fase la parte activa del amor es la más representativa. Las relaciones son su elemento fundamental. El cómo nos relacionamos con el resto, con nosotros mismos, las dinámicas y roles que se adoptan en las relaciones y sus características en general será lo que analicemos en este punto.
Al igual que las causas del amor podían ser diversas, su desarrollo no iba a ser menos. El amor puede manifestarse mediante una infinidad de tipos de relación. Por ejemplo, la reciprocidad que existe en una relación de fraternidad o amistad construye una relación entre iguales, donde el amor entre las partes se manifiesta de una manera equilibrada y similar. Sin embargo, esto no tiene por qué ser así, existen otras relaciones, como las paternales, maternales o con las mascotas en las que hay una jerarquía, que hace que el amor entre las partes no se manifieste de igual manera.
Puede ser que nos sintamos cómodos, o queramos tener ciertos tipos de relación y otros no. Por eso la comunicación entre las partes que conforman dichas relaciones es una parte importante del desarrollo del amor: permite guiar el desarrollo en la dirección que les interese a las partes. Para así conseguir que todas puedan experimentar el amor de la mejor manera posible.
Pongamos un ejemplo. Tenemos un amigo, que empieza a meterse en líos constantemente, una y otra vez le ayudamos, nos preocupamos por él y le cuidamos. Sin embargo, poco a poco vemos como por el contrario él se distancia, cada vez se preocupa menos por nosotros y no nos trata todo lo bien que debería. Como la amistad es una relación que no manifiesta el amor unilateralmente, si la situación se prolonga pueden pasar dos cosas. Por un lado, si aceptamos continuar la relación con esta persona y seguir cuidándola incondicionalmente, probablemente el sentimiento fraternal de amistad vaya cambiando hacia uno más parecido al paternal o maternal. Por otro lado, si ese tipo de relación no nos interesa, inevitablemente tendremos que dejar de cuidar incondicionalmente a nuestro amigo y llegar a un punto de equilibrio en el que no exista un desbalance tan grande. Precisamente por esto la comunicación es tan importante, porque existe una tercera opción: trasladar a nuestro amigo cómo nos sentimos y ver si juntos podemos dirigir la relación hacia un punto que nos guste más que los dos escenarios anteriores.
Cuanta más intimidad hayamos generado con la otra parte en la relación, cuanto más vulnerables seamos y cuanto más intenso sea el amor, más importante es la comunicación. Por ello hablar de cómo nos sentimos, de la relación que nos gustaría tener y de lo que podemos hacer para ayudar a un buen desarrollo del amor es fundamental con la gente que más nos importa, y sobre todo con nosotros mismos.
Sentimiento
En esta parte nos vamos a centrar en la parte más pasiva del amor. Es decir, más en cómo nos sentimos, no tanto en las interacciones o lo que causa este sentimiento, aunque, como ya hemos visto, no se pueden separar completamente las 3 cosas.
Analizar los sentimientos puede ser difícil, por tanto, vamos a aclarar de qué modo se va a hacer referencia a ellos y cómo van a entenderse en este texto. Para ello haremos uso de los dos personajes que utiliza el psicólogo Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio, para explicar el funcionamiento de la mente. El primer personaje es el Sistema 1, que a grandes rasgos hace referencia a la mente inconsciente. El segundo personaje es el Sistema 2, que a su vez se refiere a la mente consciente. En realidad, no existen dichos sistemas—no es que haya una parte de nuestro cerebro que se dedique al pensamiento inconsciente, rápido e intuitivo y otra haga lo propio con el pensamiento consciente, lento y razonado. Pero podemos valernos de estos personajes para poder diferenciar mejor los sentimientos. El Sistema 1 es el que vamos a relacionar con el sentimiento, y el Sistema 2 con el filtro que tendrá que pasar el inconsciente para terminar tomando una decisión conscientemente. Vamos a ver un par de ejemplos de cómo podrían actuar.
Disfrutar de una película de terror donde los protagonistas sufren todo tipo de penurias es una afición que comparten multitud de personas. Tampoco son pocos los videojuegos en los que el jugador disfruta formando parte de una simulación de actos como mínimo muy cuestionables. El sentimiento de diversión cuando se atropella a algún afable peatón que está paseando el perro en algún videojuego de mundo abierto, o cuando se dispara a un oponente en un “shooter” está provocado por el Sistema 1. Las filias son otro ejemplo: en muchas ocasiones la atracción sexual se da de una manera que no se puede explicar y cada persona tiene sus gustos, de nuevo provocado por el Sistema 1.
Es el Sistema 2, es el que decide si estamos haciendo mal a alguien (o no) y si podemos disfrutar libremente del sentimiento. Es decir, lo que sintamos debe ser sometido a un juicio para ver cómo queremos actuar en consecuencia. No tiene por qué haber nada de malo en ir a ver una película en la que se tortura al protagonista, tampoco en masacrar a un equipo enemigo en un videojuego de combate, o en disfrutar de relaciones sexuales consentidas libremente por todas las partes, sean de la índole que sean. Es así porque no hay ningún sufrimiento como contraparte de disfrutar estas acciones. Sin embargo, si un adulto siente atracción sexual por un menor, o si alguien disfruta torturando, de ninguna manera es aceptable llevarlo a la práctica, porque sí que existe esa contraparte. Puede sonar fuerte, pero no es lo que sentimos lo que está bien o mal, sino cómo actúa el Sistema 2 en consecuencia y las acciones que se derivan del sentimiento.
Explicado esto y para terminar, vamos a ver cómo sentimos el amor y a reflexionar sobre la importancia de este sentimiento. Cómo nos sentimos al lado de una persona es uno de los puntos más importantes cuando hablamos de amor. Cuando estamos con alguien a quien amamos, muchas veces nos sentimos mejores personas, más fuertes, valientes, bondadosos… Es este sentimiento precisamente el que debería gobernar las relaciones, creando un círculo virtuoso en el que todas las partes se sienten mejor por el simple hecho de estar juntas.
Muchas veces pensamos que sentirnos así no depende de nosotros, y en gran medida es cierto, ya hemos conocido al Sistema 1, ese inconsciente incontrolable. Sin embargo, también hemos hablado de que en realidad el sentimiento, las causas, y el desarrollo del amor no son independientes. El amor activo y pasivo forman parte de lo mismo, aunque aquí los analizamos como conceptos diferenciados para un mejor entendimiento. Es justo de esta relación de la que podemos hacer uso para fomentar sentimientos con los que estemos a gusto. Crear un entorno y unos hábitos que sean un buen caldo de cultivo para que dichos sentimientos puedan darse es fundamental.
Lo bueno de centrarnos en lo que depende de nosotros, es que paso a paso podremos caminar en la dirección que queramos. Puede parecer poco, pero en realidad la calidad de lo que sentimos depende de este camino. Existen muchos factores externos que no controlamos, y lógicamente influyen en cómo nos sentimos, pero podemos mitigar esa influencia a través de lo que sí depende de nosotros. Optar por una vida con más amor es una de las elecciones que podemos tomar para vivir más felices. Además, caminar en esta dirección no solo mejora nuestra vida, sino también nuestro entorno. Elegir un camino en el que queramos y cuidemos el bien, ajeno, propio, individual y colectivo, es elegir un camino con amor.
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