Por: Erika Padrón Montesinos
Creado usando ilustraciones de Geniel.ly. Utiliza la imagen de la portada de la primera edición del libro "A Room of One's Own" realizada por la hermana de Virgina, Vanessa Bell.
Escribo este artículo sobre ética porque cada cierto tiempo siento la urgencia personal y una obligación moral de cuestionar mis creencias, los propósitos que me mueven y las bases por las que rijo mi vida. Siempre me pregunto si estoy siendo consecuente entre lo que pienso, deseo y hago. La única diferencia es que esta vez me atrevo a hacerlo en “voz alta” para ti, mi lectora o lector. Pensar en la intimidad que surge entre quien cuenta una historia y el que escucha hace para mí este ejercicio de introspección menos difícil, menos temeroso.
Si no ha quedado claro hasta ahora, confirmo que no soy filósofa y que carezco de conocimientos acerca de la evolución del concepto de ética a lo largo de la historia. No obstante la entiendo como algo dinámico y cambiante que tiene su base en lo que aprendimos primero en el entorno más cercano, en la escuela, en la universidad, en el trabajo y en las relaciones que creamos a lo largo de cada etapa de la vida.
Cuando pienso en la ética imagino una oficina. En esta oficina trabaja una mujer y a ella acudo cada vez que tengo que tomar una decisión o cuando dudo en si algo que he hecho ha sido lo correcto o no. En esta oficina me aconsejan, me hacen dudar, me cuestionan y también me sancionan. La sanción siempre implica asumir la responsabilidad de mis actos y disculparme con quien se haya visto perjudicado por mi premura e ideas preconcebidas. También conlleva una tarea de investigación: leer, conocer otras perspectivas, mantener la mente abierta…es a partir de ahí cuando me toca sacudir lo asumido, pensar un poquito, desechar lo obsoleto, adoptar lo nuevo y ser constante en aplicarlo.
Entiendo que todo esto puede sonar complicado y laborioso y lo es. Por estos motivos, puedo entender quien se entrega a las doctrinas de un culto religioso. La vida es complicada, está llena de decisiones agobiantes así que por qué no dejar alguna de esas decisiones a un líder sectario, a un cura, o un gurú. Sinceramente es mucho más fácil seguir que tomar la iniciativa, es más cómodo que nos digan qué hacer a pensar y arriesgarnos a tomar decisiones por nosotras mismas ¿cierto? Si me equivoco tengo a quien echarle la culpa. Yo misma estuve en ese bucle de excusas y me siento orgullosa de haberlas dejado atrás tras un largo proceso de crecimiento personal. Fui criada en una familia religiosa y asistí a un colegio católico de monjas exclusivamente femenino. Mis primeros cuestionamientos a la religión empezaron muy pronto, sobre los 8 años y nunca pararon. La chispa que encendió la llama fue una niña que unos días antes de celebrar la Navidad, me desveló que “el niño Jesús no existía”, que eran los padres (en Venezuela, tradicionalmente, los regalos de Navidad los trae el niño Jesús. Es el equivalente a Santa Claus). Fue un hecho traumático pero se lo agradezco. Se lo que se siente formar parte de un culto religioso y no me quedaron ganas de formar parte de otro.
Entiendo que algunas personas encuentran confort en su religión y en las guías éticas impuestas, yo en cambio, lo encuentro tomando mis propias decisiones éticas y asumiendo las consecuencias que acarrean. Una vida rígida e inamovible me resulta terrorífica. La impredictibilidad de la vida y la dinamicidad de la ética me hace sentir que cada día tengo una nueva oportunidad para ser una mejor versión de mí misma primero por mí y luego por el resto. Que todo es posible y que siempre hay algo nuevo que aprender.
Escribo este artículo pensando en mi yo de mañana, en cómo seré y en qué cosas creeré. También me pregunto cuándo fue la última vez que quien lee estas líneas se cuestionó quién es, a dónde va, qué le mueve y qué entiende por ética.
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