Por: David Vigre Notario
Ejemplo de un proyecto eléctrico de una vivienda en miniatura.
Cuando supe que el tema a tratar este mes de junio serían las conexiones, me llevó mucho tiempo responder a la pregunta: ¿Qué cosas puedo contar yo en un artículo? Más sencillo fue elegir el formato, ya que soy una persona con pocas dotes artísticas y la única disciplina en la que me puedo defender es la escritura. Mi imaginación tampoco es nada desbordante, así que después de divagar acerca de varias ideas que me llamaban la atención, pronto llegué a la conclusión. La decisión en este momento fue rápida e inequívoca: Voy a hablar sobre conexiones eléctricas.
Este tema tiene que ver con mi formación académica y con lo que ocupa gran parte de mi tiempo en los últimos meses, puesto que soy profesor de un grado superior que abarca estos temas. Por lo tanto, quiero tratar el tema de la energía eléctrica como génesis de las conexiones eléctricas. Trataré de aunar su surgimiento y sus implicaciones sociales a lo largo de su desarrollo para darle un carácter algo más personal que una revisión histórica que podríais encontrar en cualquier enciclopedia.
Dicho esto, me gustaría que este artículo tuviese un carácter divulgativo, alejado de tecnicismos y teoría incomprensible. Me gustaría que fuese un acercamiento al tema a todas las personas que siempre lo han sentido muy lejos. Pensaréis al empezar al leer este artículo: ¿Y a mí qué me importa este sermón sobre electricidad y cómo pretende el autor enlazarlo con conexiones?. La respuesta más intuitiva se encuentra en la cultura científica. A mi parecer existe hoy en día una creciente separación entre ciencias y humanidades y a veces incluso cierto desprecio entre las disciplinas. Esto a menudo nos lleva a pensar que no importa la información que nos venga del otro lado. En una sociedad tan polarizada como la que vivimos, considero que es más importante que nunca tratar de acercarnos al otro lado, echar un vistazo y hacer un esfuerzo por entender la realidad desde una óptica diferente a la habitual. Esta es una buena oportunidad para trabajar en ese proceso para todas las personas que habitualmente miran la sociedad desde la tribuna de las humanidades y obtener una perspectiva de lo que significa un tema para una persona que tiende a ver la vida desde los ojos de la ciencia.
Para todo ello quiero empezar por definir lo que entendemos por conexión eléctrica y, por consiguiente, energía eléctrica. Todas recordamos que, en la educación primaria, en una asignatura que llamábamos “Conocimiento del medio” (entiendo que el nombre dependerá de la edad del lector), uno de los temas a tratar era el famoso “Ciclo del agua”. Aquí nos contaban que el agua partía de las montañas y por gravedad iba descendiendo por llanuras y valles hasta el lugar más bajo que conocemos: el mar. Allí por acción del sol y su calor, se evaporaba y se formaban las nubes—esos conglomerados de vapor de agua que, al ascender súbitamente y chocar con las mismas montañas de las que venía el agua en un inicio, depositaban su contenido de nuevo en la tierra, ya sea en forma de lluvia, nieve o granizo.
Pero, ¿y esto qué tendrá que ver con la energía eléctrica? Y lo que es peor: ¿con conexiones? Quizás el problema radica en que al igual que la conexión del agua durante todo su ciclo se nos hace evidente porque llevamos muchos años viéndolo y entendiéndolo, no lo tenemos tan claro con un circuito eléctrico.
Ilustración 1: Ciclo del agua esquemático y simplificado
Fuente: Generado con IA
Lo primero será entender qué es cada elemento del ciclo del agua en un circuito eléctrico; es decir, crear la analogía. La energía del sol que evapora el agua y lo recircula de nuevo es la misma energía que una pila le aporta a un circuito. En definitiva, es la encargada de que todo comience. En un circuito hidráulico cerrado y artificial, compuesto por una bomba y una turbina, esa misma pila la llamaríamos bomba, que es la encargada de otorgarle fuerza al agua. El propio agua moviéndose por ríos y arroyos son los electrones desplazándose a través de un material. Este material son los cables que transportan la energía eléctrica, como los cauces de los ríos transportan el agua.
A continuación, se puede ampliar la analogía para profundizar más en el tema central del texto: la energía eléctrica como génesis de las conexiones eléctricas. Comentaré tres parámetros fundamentales para los circuitos, es decir, resistencia, intensidad y tensión. Las dificultades que encuentra el agua para moverse como meandros, curvas o pequeñas subidas se nombran resistencias y son lugares donde la fuerza del agua disminuye. En un circuito eléctrico, estas pueden ser bombillas o electrodomésticos. Un segundo parámetro será el caudal—la cantidad de agua que lleva el río por unidad de tiempo. Eso se puede reconocer en un circuito eléctrico como la intensidad, o la cantidad de electrones por unidad de tiempo. Por último, cabe mencionar la fuerza del agua que conocemos como presión. Cuanto más alta se encuentre, más fuerza tendrá. Esto lo podemos ver más claramente con un sólido. Si dejo caer en mi cabeza una manzana desde un árbol me hará algo de daño, pero si la dejo caer desde un quinto piso no quiero pensar en lo que pasará. Pues este mismo fenómeno le sucede al agua y a la corriente eléctrica. Cuanta más altura tenga, más fuerza tendrá el agua, y cuanta más tensión tenga un circuito eléctrico, más fuerza tendrá, es decir, más voltaje.
Ilustración 2: Analogía hidráulica-eléctrica en un circuito cerrado
Fuente: Lifeder
En resumen, los tres conceptos de resistencia, intensidad, y tensión representan el seno de los circuitos, tanto hidráulicos como eléctricos. Partiendo de esta base me gustaría, ahora sí, hacer un repaso acerca de la relación histórica del ser humano con las conexiones eléctricas—es decir, su descubrimiento y la relevancia que ha tenido en el desarrollo de diferentes sociedades.
El primer acercamiento con la corriente eléctrica—y muy lejos de su entendimiento como la conocemos hoy en día—fue la electricidad estática. Esa sensación que todas hemos experimentado cuando al tocar algo nos recorre una pequeña corriente parece suponer más que un escalofrío o un leve cosquilleo momentáneo, pero realmente esconde los fundamentos que más tarde manejaríamos como especie humana. Lejos de saber lo que significaba, creo que fue un primer impulso para querer conocer qué ocurría en esos momentos. Otro hito importante en los primeros pasos del Homo Sapiens con la electricidad fueron los rayos, esos fenómenos meteorológicos salvajes capaces de iluminar todo el cielo en la noche más cerrada y de acabar con la vida de cualquier incauto. Quizás ese miedo al tema que hoy todavía tenemos en una sociedad tan tecnificada se puede deber en parte al respeto que han impuesto siempre estos fenómenos naturales y su peligrosidad. La verdad es que en última instancia el miedo está totalmente justificado y es que pocas cosas tan cotidianas esconden tanto peligro físico como la energía eléctrica.
En aquellos momentos, cuando el ser humano no estaba constituido en civilizaciones y su estructura social nos era desconocida en gran parte por la falta de escritura u otros legados culturales más precisos, no podían imaginar la importancia que la electricidad tendría en nuestro desarrollo y en nuestro día a día miles de años más tarde. Incluso en épocas de civilizaciones incipientes que se han desarrollado a lo largo y ancho del Mar Mediterráneo y que sí han conocido fuentes de energía como el agua, el viento o los combustibles fósiles, ellos no fueron capaces de imaginar cómo más adelante la energía eléctrica ha vertebrado con sus redes las conexiones de grandes territorios y regiones.
Tuvieron que discurrir miles de años de evolución social y tecnológica hasta que pudimos empezar a entender estos conceptos explicados al inicio, y eventualmente domar y controlarlo. Fue en el siglo XIX cuando se empezaron a descubrir sus fundamentos. Primero la pila voltaica como generadora de corriente eléctrica permitió conducir a través de cables un flujo de electrones constante. En la segunda mitad de este siglo, de la mano de la revolución industrial en gran parte de Europa, se hicieron una serie de descubrimientos al respecto que cambiarían para siempre la forma en la que vivimos y las comodidades con las que contamos (en ciertas partes del mundo, claro está). La más evidente es la iluminación, ya que sin las bombillas nos veríamos avocados a seguir iluminando nuestras casas, pueblos y ciudades con fuego en forma de velas o candiles.
Pero la cuestión más importante y la que ha revolucionado nuestros días es la generación, el transporte, la distribución y el consumo de esta energía eléctrica. Hemos normalizado, como tantas cosas de nuestra sociedad actual, que, si aprieto un botón en Madrid, habrá una energía eléctrica generada en la otra punta del país que me va a surtir de las necesidades que pueda demanda. Es decir, el simple hecho de encender una bombilla provoca unos procesos complejos de transporte de energía eléctrica generada en una central probablemente ubicada a más de 500 kilómetros. Estos procesos necesarios van desde la comentada iluminación, el funcionamiento de electrodomésticos, el ascensor que me baja de casa a la calle, la farola que ilumina la misma, el metro que me lleva al lugar de trabajo, o incluso el coche eléctrico (aunque ese es otro tema). Una vez en el trabajo hay un ordenador que se enciende por esta misma energía o un Internet que tampoco se entendería sin ella. Es decir, hay un sinfín de funcionalidades que vertebran nuestro día a día y que nos conectan de una forma que hace un par de siglos no hubiéramos podido ni soñar. Es más, dudo que, a principios del siglo XX, cuando esta tecnología se encontraba en su fase de desarrollo inicial, nadie pudiese pensar en las implicaciones sociales que ha acabado teniendo sobre nuestro día a día—tales como el transporte eléctrico de personas, la iluminación que damos por sentada o el desarrollo tecológico y electrónico de los últimos 50 años que a partir de Internet y las redes sociales han cambiado enormemente la forma de relacionarnos.
En resumen, la energía eléctrica nos ha dado un salto civilizatorio (de la mano de la revolución industrial y otra serie de descubrimientos, todo sea dicho) que nos ha permitido un avance a nivel organizativo social que se ha abierto paso en casi cualquier rincón del mundo. Esto ha ocurrido porque al sistema económico en el que vivimos le viene la ciencia como anillo al dedo. Se puede entender porque vivimos en un sistema que se nutre del crecimiento económico y la ciencia lo permite sobremanera con sus avances tecnológicos. Los avances mencionados, en parte nos han hecho estar paradójicamente menos unidos que nunca puesto que ahora vivimos en grandes urbes y metrópolis, conectados a un mundo digital. Todo ello nos mantiene mucho menos apegados al mundo físico que nos rodea, incluso olvidando de donde viene la energía que consumimos, pero también la ropa que usamos o la comida que comemos.
Esta evolución ha llegado, como acabo de exponer, hasta nuestros días. Unos días en los que el mal llamado “progreso científico”—y digo mal llamado porque no está tan claro que todos los avances y sus consecuencias sean positivos a nivel social y esto tendremos que descubrirlo en los próximos años—es la punta de lanza de la sociedad y le confiamos ciegamente nuestro futuro. Esta deriva ha llevado a la sociedad hasta unos lugares en los que no hemos debatido si queremos estar. Hoy más que nunca, es momento de echar la vista atrás y plantear una cuestión fundamental: ¿Queremos seguir por este camino? La evolución es innegable, pero el progreso es debatible. Desde luego que vivimos más años, pero ¿acaso somos más felices con todas estas comodidades? ¿Está esta tecnología realmente al servicio de la sociedad y la estamos aprovechando de la mejor manera? En ningún caso tengo la respuesta a estas complejas cuestiones, pero sí sé que no nos hemos parado a pensarlo lo suficiente y ello es cuanto menos preocupante.
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