top of page
Search

Lo perfecto es el enemigo de lo bueno

Por: Luis Javier Capote Pérez


La balanza como símbolo del equilibrio
La balanza como símbolo del equilibrio

El tema que ha propuesto mi amiga Maggie para este mes es de lo que tienen, sin ningún género de duda, mucha miga. La perfección, mas ¿qué es exactamente ello? Si echamos una mirada rápida al diccionario de la RAE -bendita Red- veremos que dice lo siguiente:

 

f. Acción de perfeccionar.

f. Cualidad de perfecto.

Sin.: excelencia, bondad, eminencia, excelsitud.

Ant.: imperfección.

f. Cosa perfecta.

f. Der. En los actos jurídicos, fase y momento en que, al concurrir todos los requisitos, nacen los derechos y obligaciones.

 

Si escogiera el camino sencillo iría por la vía legal y me embarcaría en alguna disertación sobre la perfección de los negocios jurídicos bilaterales y el despliegue de los derechos y obligaciones… pero antes de que se vayan corriendo del artículo -metafóricamente hablando- debo advertirles de que no van a ir por ahí los tiros, así que ya pueden volver a sentarse frente a la pantalla que estén utilizando y respirar hondo. He preferido hablar de esa definición del término que habla de la excelencia, de la eminencia, de la excelsitud y de por qué creo que no merece la pena embarcarse en su búsqueda.

 

Hace muchos años, cuando peinaba muchas menos canas y hacía mis primeros pinitos en el asunto de la divulgación científica, tuve la suerte de unirme a un colectivo de docentes y elementos aledaños preocupado por la difusión del pensamiento crítico y la lucha contra las supercherías. Uno de sus integrantes, un profesor que impartía docencia a caballo entre Biología, Farmacia y Agrícolas -cuando eran centros independientes en algunos casos- tenía una bien ganada fama de estajanovista y se implicaba profundamente en las acciones del colectivo. Los eventos que organizaba estaban pulidos al detalle: promoción, cartelería, patrocinio… quería que todo fuera perfecto. Sin embargo, esa forma de trabajar resultaba poco o nada cooperativa. Rara vez admitía la discordancia y, poco a poco, algunas tareas que eran de labor conjunta acabaron siendo desempeñadas en solitario. Cuando dejó de hacerlas, lo que había empezado como la reunión de un grupo de personas interesadas en la divulgación pasó por una época de inactividad de la que tardó varios años en recuperarse. El concepto de perfección de un individuo acabó provocando la dejación de funciones por parte del colectivo y cuando aquel faltó o falló, todo el conjunto lo hizo. En alguna de las contadas ocasiones en las que se planteó el debate sobre la procedencia de tal proceder, alguien -no caracterizado precisamente por su capacidad para implicarse o para trabajar, todo sea dicho- mencionó una frase que se quedó grabada en mi memoria: lo perfecto es enemigo de lo bueno. Al principio me pareció una contradicción, pero analizándolo con perspectiva y haciendo balance de cuanto aconteció después, me he dado cuenta de que la máxima tenía su lógica: aquella meta de perfección, subjetiva ella, no redundó en beneficio de una empresa que estaba definida por su carácter colectivo. La delegación de responsabilidad, motivada por la comodidad y por la desgana ante la posibilidad de acabar en discusiones, produjo un progresivo abandono que casi dio al traste con la iniciativa. Un anhelo de perfección individual no había sido bueno para el grupo.

 

Llevo el tiempo suficiente en el mundo como para haber visto muchas situaciones en las que el entorno plantea una exigencia de perfección en todos los ámbitos de la existencia: sacar las mejores notas y tener un expediente trufado de matrículas de honor (ser un mirlo blanco, que decimos en Canarias); ser el mejor en tu trabajo; alcanzar un canon de belleza física… la perfección se nos presenta de múltiples formas y de una manera en la que, en no pocas ocasiones, el hecho de no alcanzarla se traduce en una derrota. Un buen amigo me confesó una vez que el hecho de su divorcio le hacía considerar que había fracasado. Otro alcanzó el pináculo de su profesión y ha tenido una vida con experiencias en tal cantidad y calidad que se llevará a la tumba un buen saco de vivencias… pero vive atenazado por una perenne depresión. Por motivos opuestos, por la pérdida de lo que tenía o por la conquista de lo que ansiaba, una y otra consideran que su existencia es aciaga porque es imperfecta. Desde mi punto de vista, personal e intransferible, esto tampoco es bueno.

 

El otro punto de esta historia es que, así como la perfección no es amiga de las cosas buenas, la imperfección no es en sí misma mala. Nuestros defectos pueden ser el motor que nos ayude a cambiar aquello de nosotros que no nos gusta. El cambio es parte de la vida y creo que una forma de estar y sentirse vivo es hacer lo posible por mejorar y estar a bien con uno mismo. Por la parte que me toca he aprendido más de las derrotas y de las decepciones que de los éxitos y las victorias. He caído y me he levantado siendo consciente de mis imperfecciones y asumiendo, como se hace en la profesión médica, que hay que tener serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, valor para cambiar lo que sí se puede cambiar y sabiduría para aceptar la diferencia. El aprendizaje es parte de la vida y solamente dejamos de aprender cuando dejamos este mundo, imperfectos en nuestra sapiencia, porque siempre habrá algo más por saber, pero habiendo procurado vivir la mejor vida posible: aquella en la que somos leales con nosotros mismos.

 


 
 
 

Comments


bottom of page