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¿Podemos volar sin alas?

Nishika Ramchandani

Por: Nishika Ramchandani


Es 2020. La humanidad no tiene otro remedio. Nos quedamos con la prevención como la única solución. Es la primera vez que la película de la vida está en pausa, y no tenemos el mando para darle a “play”. El tiempo corre, pero el resto permanece parado. Nosotros permanecemos encerrados. Como un coche que se enfrenta a un semáforo en rojo, a un stop, a una calle sin salida. Como si el mundo entero jugase el juego de las estatuas, estáticos. Como jugar a 1, 2, 3, Juan, Periquito y Andrés sin conocer cuál es la meta.

No se trata de un punto y final, sino de un paréntesis en la historia. Por eso, a pesar de no poder continuar hacia un futuro, vivimos el presente, vivimos el paréntesis. ¿Cuál es el rol de este paréntesis? ¿Cuánto dura? Primero eran quince días, tras ello otros quince más, luego empezamos a perder la cuenta, y ya llega un momento en el que no sabemos ni qué día es, ni qué hora es.


Querido Covid-19,

¿quién eres?, ¿qué quieres? y ¿qué has hecho de mi vida?

Éramos felices y nos has deprimido.

Éramos pájaros y nos quitaste las alas.

Éramos libres y nos has confinado.

Éramos, y nos has cambiado.

El sur de Tenerife durante la pandemia—vacío, como la mayoría de los sitios.


El paréntesis se convirtió en otra vida, una vida paralela a la que vivíamos antes, y esta sí tenía botón de play. Comienza el 2023, y muchos aún luchan por encontrarse a sí mismos, por recuperar el estilo de vida que tenían, por volver a sentirse libres. Pero no se trata de volver, sino de seguir. Recuerdo aquel paréntesis, aquellos tiempos de incertidumbre. Aquella vida que parecíamos no vivir, y hoy miramos atrás:

Angustia, ansiedad, frustración, depresión, desesperación, soledad. Muchos no supieron sobrellevar la situación, hundiéndose en el mar del pesimismo. Mirando la vida a través de la ventana. Perdían la esperanza de que vuelva el día en el que regresaramos a la normalidad. Lágrimas e insomnio se manifestaban en ellos. Deseábamos encontrar el mando como nunca antes, para darle a play y saltarnos el paréntesis. Deseábamos escondernos en el sueño y despertar solo el día en que la vida recuperase su vitalidad.

Otros muchos optaron por Hakuna Matata, <no hay problema>, una mentalidad que podría solucionar todo. Fuimos testigos del paso del día a la noche y de la noche al día en estos momentos paralizados. Vimos a personas hacer lo que nunca tuvieron tiempo de hacer. Vivimos la libertad dentro del confinamiento.

Algunos se adentraron en la lectura, pasando página por página viviendo nuevas aventuras, viajando con palabras. Se despegaba abriendo un libro y aterrizaban al finalizarlo, y así una y otra vez, hasta llegar a leer todo lo posible.

Otros se acomodaron en el modo “tele manta y palomitas”. Viendo episodio tras episodio, serie tras serie y película tras película, ¡qué lujo!.

Algunos se propusieron estar en forma, hacer ejercicio, dedicar tiempo a su propio cuerpo, a través de entrenamientos virtuales en youtube. Cada vez con más ganas para estar “fit”, adaptándose a las circunstancias y sin material adicional, simplemente con lo que hay.

Otros, en cambio, apostaron por profesionalizar sus gustos culinarios con nuevas comidas y nuevos postres, a dedicarse a la repostería casera, siguiendo paso a paso las instrucciones de la receta para acercarse a ser “masterchef” presentando platos en su punto. Tratando de tenerlo todo bajo control, que las papas no se doren demasiado, que las verduras no se queden crudas y que el bizcocho esté hecho justo cuando el horno nos avise con su timbre. Y como consecuencia, a comer sin control, a degustar los sabores de la cocina y engordar con gusto.

Un plato que la autora se hizo durante la pandemia.


Muchos se centraron en potenciar su trabajo desde casa y muchos en estudiar del mismo, hasta que nos hemos acostumbrado a pasar horas y horas y horas frente a una pantalla, poniendo mucho esfuerzo para no caer en la distracción y no perder el ritmo. La misma pantalla que sirvió para mantener cerca a los que estaban lejos: mensajes, llamadas, videollamadas. La misma pantalla del entretenimiento. La misma pantalla donde se expuso talento. La misma pantalla donde más auge tuvieron los “tik toks” del momento.

Varios se beneficiaron del tiempo en familia, del amor de los suyos, de fomentar la confianza en las relaciones, de actividades con los niños, juegos de mesa y manualidades.

Dichos juegos de mesa.


De alguna manera u otra lo pesado se hizo ameno (para los que tenían suerte), aunque en ocasiones los días sonaban a un disco rallado. Pero es curioso cómo acordamos una hora en concreto en honor a todos aquellos que pusieron sus vidas en peligro para salvarnos a nosotros. Las siete: la hora de aplaudir, el momento de esperanza, todos juntos nos apoyamos y afirmamos “de esta saldremos”.

Tu y yo lo hemos visto. Hemos visto a personas agradecidas por el tiempo que tenían antes y otras por el que tienen ahora. Hemos visto a personas a valorar el tiempo, a valorar los pequeños tiempos que hacen un conjunto feliz. Un tiempo ambiguo que me recuerda al estribillo de la canción de Dirty Dancing, I’ve…had the time of my life…and I’ve never felt this way before—este tiempo fue como ningún otro. Irremplazable. Una vida, libre o confinada, que jamás habíamos pensado vivir, y que tampoco queremos repetir.

Este paréntesis fue un suspiro de la naturaleza y un respiro de la humanidad. Un giro copernicano del siglo XIX. Me gusta llamarlo solo una pausa porque si fuera un stop, el viento dejaría de soplar, el mar dejaría de olear, el sol dejaría de brillar, la tierra y el sistema solar dejarían de girar.

Un recordatorio para vivir, para entrar en consciencia de que hay cosas fuera de nuestro control, es más estamos sometidos a ese control. Un recordatorio para saber que, a pesar de la libertad exterior, el ser humano se auto confina en su mente, y solo cuando yo me doy la libertad es cuando soy libre, y es cuando sin alas puedo volar.


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