Por: Alfonso Caballero Laruelo
Una pequeña representación de la observación de lo bello, creada por IA.
En el ser humano coexisten dos grandes sensaciones que a lo largo de la vida van construyendo quiénes acabamos siendo: el placer y la aversión. La tendencia comportamental que nos marcan estas sensaciones es la de aproximarnos al placer y alejarnos del displacer. Esto se podría llamar, según Freud, el principio de placer. Sin embargo, depende de la sensibilidad propia de cada ser humano encontrar dichos sentimientos en la realidad externa, de forma que lo que para unos es hermoso, para otros es repugnante; lo que produce placer en unos, para otros genera asco o rechazo. El campo de observación de estas particularidades de la naturaleza es muy amplio, de modo que para poder entender bien qué es La Belleza, tendríamos que preguntarle a cada ser particular a lo largo de toda la historia de la humanidad—tarea que es poco menos que imposible. A pesar de lo complejo de esta tarea hercúlea, cada individuo tiene la capacidad de poder observar, reflexionar y sacar sus propias conclusiones. He aquí las mías.
Para comenzar, basándonos en la Teoría Ecológica de Brofenbrenner, podemos dividir La Belleza en cinco áreas de percepción: la microsubjetiva o individual, la mesosubjetiva, la exosubjetiva, la macrosubjetiva y la cronosubjetiva. Todas las áreas han de ser subjetivas, pues cada una parte de la idiosincrasia del individuo para discernir lo placentero de lo aversivo. Cada nueva área se apoya en la anterior, por lo que todas están interrelacionadas y son co-construidas.
En la microsubjetiva, para mí, la más importante, se encuentra el individuo, la persona: tú o yo. Tú y yo, aunque somos parecidos en muchas cosas, somos inherentemente diferentes, ya que lo que tú has vivido y experimentado en tus propias carnes y, en su momento y lugar concreto, yo no lo he podido vivir de la misma manera. En base a este bagaje experimental que todos llevamos en nosotros, nuestras experiencias, aunque parecidas, serán siempre diferentes y únicas. En consecuencia, nuestra disposición frente a lo placentero y aversivo será diferente. La familia en la que crecemos sirve de puente entre esta área y la siguiente. Es nuestro punto de inicio y lo que aquí se nos enseñe, nos influirá permanentemente en cómo experimentamos el placer y, por ende, condiciona nuestra forma de percibir la realidad. Por ejemplo, imagina que en una familia se le enseña al niño pequeño que los animales son bellos y nobles y que merecen por lo tanto nuestro cuidado y atención; sin embargo, en otra familia, se le puede enseñar que los animales son impredecibles y peligrosos por lo que es mejor evitarlos. El resultado será dos niños con percepciones muy diferentes sobre el mismo elemento.
El área mesosubjetiva comprende la interacción del individuo con su entorno más inmediato en el cual, tiene capacidad de acción y transformación. En los niños sería, por ejemplo, su interacción o la de su familia con el colegio al que vaya. En esta área podríamos enmarcar el barrio dónde crecemos o la escuela. En este caso, nos encontramos ya con la suma de quizás cientos o miles de subjetividades y, lo que está bien visto en un barrio puede no estarlo en el esté justo al lado. Por ejemplo, continuando con el ejemplo de los animales, en una zona rural y ganadera los animales son vistos como una fuente de ingresos y por lo tanto, han aprendido a encontrar placer en todos los aspectos que les rodean y, sin embargo en la zona urbana de al lado, los animales o la ganadería pueden ser vistos como algo asqueroso debido a que, por ejemplo, están sucios y huelen mal. Lo que para unos es mierda, para otros es abono para las plantas que germinan en primavera.
En lo que respecta al área exosubjetiva, se encuentran aquellos entornos que afectan al individuo, aunque éste no participe en ellos, por lo que la influencia se produce por vías indirectas. Por ejemplo, la empresa en la que trabajan nuestros padres influye en su manera de pensar, su tiempo libre o por lo general, en su bienestar. Esta influencia, repercute indirectamente en el individuo infante que permanece en desarrollo. Es decir, no es lo mismo crecer en una familia humilde o en riesgo de exclusión social donde a lo mejor los padres trabajan enlazando varios trabajos precarios al mismo tiempo, que en una familia de alto poder adquisitivo en la que, quizás, estos padres dispongan de tiempo, dinero y energía para poder realizar todo tipo de actividades con sus hijos. Otro ejemplo, habrá claras diferencias en los valores de una familia de origen militar, que en la de una en la que los padres son artistas.
En el cuarto área nos encontramos la macrosubjetividad. Esta área representa la cultura o subcultura de una determinada sociedad. En la medida en la que las ramificaciones se extienden, aquí se hallan los elementos culturales en los que está inmerso el individuo, como las normas, los valores o las creencias sociales. La influencia de esta área radica en que estos elementos determinan cómo pueden expresarse las otras áreas. Por ejemplo, en la cultura marroquí es común servir una gran cantidad de comida para así, satisfacer a los invitados y, si tú o yo, como extranjeros, con nuestra buena voluntad, encontramos los platos deliciosos y pedimos repetir, esto puede ser interpretado por ellos como una falta de respeto o falta de agradecimiento. Otro ejemplo, en las culturas orientales no está bien visto el contacto físico y se saludan desde una distancia prudente, sin embargo en las culturas latinas es común y está bien visto abrazarse y besarse.
Finalmente, aparece la cronosubjetividad. Ésta se refiere al momento de la vida y la historia en la que se encuentra la persona, en relación con los acontecimientos que están sucediendo. Hechos históricos, cambios sociales o evolutivos, avances tecnológicos, económicos o políticos son componentes que influyen en todas las áreas anteriores. Vamos a poner la mirada, por ejemplo, en el cuerpo humano. A lo largo de la historia el concepto de belleza en los cuerpos se ha ido transformando. En Occidente, en la Edad Media, las mujeres bellas eran las de pechos pequeños, manos pequeñas y piel blanca como signo de pureza, mientras que los hombres debían ser caballeros fuertes y viriles. Por otro lado, hacia el siglo XVII, los cuerpos bellos eran los más rellenos, de caderas anchas y cintura estrecha, brazos esbeltos y carnosos. Y, hace unos pocos años, Kate Moss, flaca y alta, era un referente mundial de belleza. Poniendo otro ejemplo de difícil demostración, a día de hoy, podríamos encontrar bello un amanecer que vemos en nuestra pantalla del móvil, sin embargo, es posible que en el pasado esto fuese una aberración por quitarnos la mirada del verdadero amanecer.
Lo que podemos entender por La Belleza, se encuentra por lo tanto inmerso en un sistema complejo de influencias que van modelando momento a momento dicho concepto. Todo esto, sin embargo, mantiene un elemento común: la subjetividad.
La Belleza es subjetiva: un cielo estrellado para uno puede ser bello, otro puede encontrar este espacioso escenario aterrador. Una colina repleta de flores en primavera puede ser bello—no lo será tanto quizá si tienes alergia. La pintura del Nacimiento de Venus puede ser bella para alguien que la puede ver, una persona ciega no podrá decir lo mismo. El ingenio es bello, siempre y cuando se utilice para crecer virtuosamente. La astucia, es pequeña y bella mientras no se use para engañar y aprovecharse del ignorante. La amabilidad, según Inmanuel Kant, es la belleza de la virtud, sin embargo, lo que en esta cultura es un gesto amable, en otra puede ser una falta de respeto.
En conclusión, independientemente de lo que cada individuo considere qué es bello, espero que tras estas palabras podamos coincidir en que el propio concepto de La Belleza Es Bello en sí mismo, gracias a todos los matices, peculiaridades y sutilezas que en él se recogen.
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