Por: Erika Padrón Montesinos
La autora y sus amigas en su primer día de clases del segundo curso en la ULL
El día que llamé a la universidad para pedir información acerca del ingreso para personas mayores de 35 años, lo hice desde la azotea del edificio. No quería que nadie en casa se enterara—estaba temblando. No era para menos, llevaba 12 años poniendo a un lado mi sueño.
Tuve suerte esa mañana y una mujer dulce me atendió cuando llamé. Se despidió de mí con un espero que todo te salga bien, mi niña. Después de muchos años viviendo en el norte de Europa, cada “mi niña”—algo típico canario—se siente como un abrazo apretado. A pesar de las circunstancias que me llevaron a regresar a Tenerife, estaba feliz de estar aquí y de por fin atreverme a intentar volver a estudiar en la universidad, esta vez, Relaciones Laborales en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.
Conseguir la plaza me tomó por sorpresa. Soy una persona negativa y orgullosa de serlo, así que esperaba lo contrario, el “fracaso”. Avisé a mis padres que me seleccionaron (mi madre estaba feliz por mí, mi padre no lo entendía); también a mi pareja, a mi amiga Rosa y a mi antigua psicóloga. Al resto de familia le tomó por sorpresa, algunos pensaron que estaba loca, para otras era una valiente, algunos se rieron y otros prefirieron no decir nada.
Una mujer de 36 años, según dicta la norma social de las culturas entre las que crecí (España y Venezuela), debería estar ya casada (hace años), con hijos, arrugada, hipotecada hasta los tuétanos, vistiendo como una mujer de casi 40 (sea lo que sea que eso significa), exitosa laboralmente y con sus sueños encerrados en un cajón. Lo cierto es que, toda la vida he batallado por encajar, desperdicié más de 33 años empujándome a intentar ser “normal”. Nunca pude. Me odié, fui infeliz, me aventuré, probé la felicidad, también me deprimí.
No creo que me haya ocurrido nada extraordinario o malo, solo cosas normales e inherentes a vivir. Así que cuando necesitaba que me cuidaran, me tocó cuidar. Me tocó regresar para cuidar a papá, cuidar a mamá y lidiar con la salud mental de mi hermano. Papá se recuperó, mamá también, vino el confinamiento, este terminó, luego mi hermano se suicidó. Las amigas desaparecieron. Aprendí a dejar ir. Empecé a vivir para mí.
El primer día de clases lo viví con la misma ansiedad de mis años de escuela, de educación secundaria y de universitaria novata como estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
He conocido gente maravillosa, compañeras que me hacen sentir escuchada, respetada y segura. He trabajado duro, muy duro para adaptarme a un nuevo sistema de estudios que nada tiene que ver con el que conocí en 2003. Ahora es mucho más exigente pero más justo y siento que aprendo más.
He llorado de frustración y de cansancio pero también he saltado de felicidad al ver mi primera matrícula de honor. He aprendido a poner límites a los compañeros/as que han intentado aprovecharse de mí y por encima de todo, que sigo siendo flexible, capaz y adaptativa y que sí puede ser divertido volver a empezar desde cero. Descubrí que se me dan bien las asignaturas de Derecho y me lancé a fundar un grupo de apoyo de mujeres en la facultad. Regresar a la universidad me ha devuelto la vida y la ilusión por vivir.
Ahora tengo 37 años, papá murió a mediados de agosto, y hace unas semanas empecé el segundo curso del grado. La semana pasada, Magdalena Mihaylova, una compañera de la ULL—que en mi primer curso me inspiró con sus palabras para fundar el grupo de mujeres en la Facultad de Derecho—se puso en contacto conmigo para hablarme de este proyecto bilingüe en el que creo. Me ofreció escribir, y acepté, porque escribir y atreverme a compartir lo que escribo guarda conexión con mi yo de 18 años, esa que quería ser periodista para hablar de “la verdad” e informar desde cualquier lugar del mundo, acepté por esa versión de mí que desistió cuando la crisis económica de 2008 la empujó a encadenar contratos precarios de trabajo (en televisión, radio y el departamento de comunicación corporativa de una empresa trasnacional) que no le permitían cubrir las necesidades básicas para vivir. Acepté escribir por ella, la indignada que fue a las manifestaciones de Puerta del Sol (Madrid) y que dieron comienzo al 15M. También acepté escribir por mi yo de hoy, siendo capaz de entender que aunque algo me apasione no significa que deba dedicarme a ello.
Hace un año estaba totalmente segura de querer dedicar el resto de mi vida a trabajar en un departamento de Recursos Humanos para mejorar la vida de las trabajadoras/res. Lo cierto es que, ya no tanto. Mi sueño más ambicioso es trabajar en la Organización de las Naciones Unidas Mujeres, pelear por la igualdad real, defender los derechos de las trabajadoras y dejar a mi paso un mundo más justo.
No estoy lista para este nuevo reto, pero sí preparada, porque a escribir ya aprenderé escribiendo.
Hola querida Erika! Me topé por casualidad con este texto y recordé nuestros años de Colegio, te mando un abrazo fuerte y me encantaría conectar de nuevo contigo. Con mucho cariño!
Natiuska Manaure B.
Me ha emocionado tu comentario. Significa mucho para mí. Muchas gracias, Ángel. Te recuerdo aunque hayan pasado unos cuentos años. Un abrazo!.
Muy buena letra.. Me gustaría contactar con Erika, no se si sea viable que a través de este medio le comenten que Ulises quiere reconectar con ella.
Sabes escribir desde hace muchos años, Erika.
Saludos de Ángel, tu compañero de Periodismo de hace ya mil años. Mucha suerte.