Por: Pablo Felipe
El gato temporal de autor.
El gato busca el silencio. Si duerme plácido y hay comida en el plato, todo está bien. Si mira por la ventana y no ve nada, si no se escucha más que la madera del viejo piso crujir, todo está bien.
El humano busca el ruido. El ruido es vida y movimiento. Café, charla, voz. Despertador, música, ¿qué tal has dormido? Beso, llaves, portazo. Escaleras, buzón.
Carta, mentiras, tensión. Y sonrisa.
Metro, escaleras. El ruido es abrazos, y ¡hombre, cuánto tiempo! Es llegar tarde, está lloviendo, vamos entrando. Gritos y vida.
***
Llueve y el gato mira por la ventana. Dos gotas luchan por ganar la carrera de la gravedad en un silencio sepulcral. El gato analiza, mide la competición. Paciente. La carrera termina y el gato se vuelve hacia el centro de la estancia. Identifica un cojín en el suelo. Esto servirá. Dormir es vida, piensa el gato, y de vida sabe mucho. De camino se fija en la mujer, que está en silencio y juega con un sobre. Y dentro, una carta traidora. El gato sabe que los humanos y el silencio no casan bien. Al poco, un sollozo mudo y lágrimas. El gato se acerca a la mujer, la amasa y ronronea. El gato se tumba en su regazo y mira el cojín de reojo. Tampoco era para tanto.
***
“Va tocando volver a casa…”
“¿Qué?”
No me escucha. Estopa no da tregua.
“Que me largo.”
“Ah. Te acompaño, si quieres.”
Un hombre abre hueco hasta la puerta del bar y el otro le sigue. Las puertas se abren. Hace frío, está oscuro.
“Nos tenemos que ver más a menudo.”
Los ojos.
“Sí, te llamaré.”
Los pasos liberan la tensión del silencio orquestado por una calle secundaria de Madrid. Tanta historia y tan poco que decir. Paso, paso, metro. Metro, escaleras, casa.
Un sobre.
Los ojos.
***
Ya ha llegado el otro y se acabó la fiesta. El gato se despereza, observando la llegada del hombre, que implica también el fin de su paz. El hombre lee la carta también. No hablan. Un humano y el silencio no casan bien, pero dos ya es demasiado.
¡MIAU! ¡MIAU!
Le miran pero no ríen. Y como no se ríen, el gato coge y se levanta. El gato es perspicaz y sabe cuándo retirarse. Qué mezcla tan extraña, la de los humanos y el silencio.
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