Por: Pablo Felipe
El paisaje de la infancia del autor.
un día, de pronto, te despiertas y el café sabe a café.
te despiertas porque debes hacerlo, eso sigue igual. despiertas para los demás, porque la alternativa es sumergirte en el pozo sin fondo que es tu cama deshecha. sin embargo, ese día es distinto en los detalles, diferente en lo inabarcable de lo cotidiano.
ese día te despiertas y el café sabe a café. no sabe ni a "Pablo, ¿y esas ojeras?" ni a "Hoy nos toca cerrar esto, ¿tienes algo esta tarde?". una mañana, el café sabe a café y a tu madre haciendo un poco de más para cuando te despiertes. le echas leche, lo recalientas, lo bebés. tuestas el pan y lo pringas hasta arriba de aceite. las tostadas también saben a tostadas y no a "Estás muy delgado, seguro que te estás desnutriendo con esa tontería de no comer carne" ni a "este chorro de aceite son 50 céntimos". saben al pan de txapata del ogiberri y a maría recordándote lo mucho que has crecido. que a ver si eres el mayor. "el pequeño", dices, mientras mete una napolitana de chocolate en la bolsa. te guiña el ojo. tiene el pelo más corto de lo que recuerdas. está totalmente blanco y te parece precioso. las manos curtidas del calor del pan, de las muchas monedas y los pocos descansos. estás mayor tú y también ella.
de camino a casa, prestas atención a la música de tus auriculares, meticulosamente seleccionada. siempre brilla el sol y mis nostálgicas manías, on the sea de beach house y plantasia. lo que cualquier otro día habría sido un batiburrillos de ritmos asíncronos que saturan los oídos para no escuchar nada más, hoy es una intrincada y deliciosa armonía. ese día no es la canción que estás hasta el gorro de que te imponga el algoritmo. esa vez va tan unida a ti como la ropa que llevas. te envuelve, y tú la degustas con un mimo recíproco. ese día las canciones te susurran, acunan y guille canta para ti.
al rato vuelves de la compra y tu madre está en el salón. te sientas y hablas con ella. la escuchas con intención. le preguntas por esa blusa nueva y le comentas lo bien que le queda el nuevo corte de pelo. le miras a los ojos. hace meses, esa mirada solo esgrimía miedos y una preocupación punzante. una energía tan antigua como las montañas o los mares. los ojos de una madre que estaba perdiendo a su hijo. ese día, solo ves alivio y gozo.
al final, lo peor de todo es la incertidumbre de no saber cómo de lejos esta ese día. el día en el que reconectas con tu café, tu música o tu madre. en resumidas cuentas, el miedo a no volver a ser. lo espero sentado.
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