Por: Leopoldo Albarracín-Castañeyra y Medina
En las palabras del autor: "estamos rodeados de cosas que son dignas de ser vistas, oídas, tocadas, olidas." Imagen creada por IA.
La ribera de un río, con sus árboles y pájaros cantores, un atardecer de tonos dorados y anaranjados sobre el inmenso mar, la sobremesa en un merendero en pleno monte, con el susurro de la brisa al pasar por las agujas de pino, o una visita a un antiguo castillo medieval.
Todas estas experiencias están cargadas de encanto y belleza, por eso las buscamos con frecuencia como vía de escape de nuestra ajetreada vida y para disfrutar de un poco de relajación, o como momentos mágicos y apacibles para disfrutar con algún ser querido. Básicamente porque son bellos y queremos cargar nuestra vida con la mayor cantidad de belleza que podamos.
Uno puede encontrar belleza en casi cualquier lugar y bajo casi cualquier circunstancia pero, a pesar de todo, no todo el mundo tiene la misma capacidad para encontrarla, estando incluso delante de sus narices. Ser susceptible al encanto de la vida requiere de una sensibilidad y autoconciencia especiales. Puede ser también amor por la naturaleza, conexión energética con Brahman, según los hindúes, la ataraxia de los estoicos, cada uno que elija lo que más le represente, pero todos se cimentan en una base de autoconciencia y autoconocimiento. Encontrarse a esos “niveles” nos hará estar mucho más presentes en el momento y ser capaces de apreciar toda la belleza a la que estamos expuestos.
He hablado de belleza en la naturaleza por ahora, pero los humanos expresamos nuestros sentimientos a través de multitud de formas de arte, que son bellas también por definición, si bien pueden gustarnos más o menos.
Todos hemos estado sobrecogidos al ver una escultura o pintura extraordinaria, a todos se nos han puesto los pelos de punta leyendo algún poema o relato y todos, absolutamente todos, hemos sido removidos por alguna canción, quizás hasta el punto de soltar alguna lagrimilla. Todo esto son también formas de belleza a nuestro alcance.
No sé si me estoy explicando lo suficientemente bien, así que contaré una pequeña historia para ilustrarlo. Después de todo, llevamos miles de años contándonos historias y parece que nos gusta bastante, pues no hay visos de que vayamos a dejar de hacerlo.
Todos los días, en torno a la misma hora, Martín daba su paseo nocturno en coche al salir de trabajar. Nada especial, simplemente tomaba una ruta más larga para llegar a casa, pero que evitaba el centro de la ciudad y todo su bullicio. Era también una conducta de autocuidado, pues es un conductor fácilmente estresable por malas prácticas de otros al volante, ya sabes, saltarse stops y ceda el paso cuando no deben, no respetar preferencias en rotondas.
Eran aproximadamente las ocho de la noche cuando Martín estaba ya en camino, atravesando una arboleda por una carretera pequeña, de dos carriles, en la que se podía apreciar el cielo estrellado entre las copas de los pinos. Entonces, Martín pensó que arrimarse a un lado de la carretera y pararse un momento a apreciar la armonía de la naturaleza era lo mejor que podía hacer. Respirar, relajarse y dar gracias por ese presente tan maravilloso que estaba viviendo. Y así lo hizo.
Pasados unos minutos, se había sentado en el suelo para sentir mejor la energía del bosque y conectar con la naturaleza, cuando de repente sintió una brisa por su lado, como si algo hubiese pasado corriendo, pero no escuchó ni vio nada los primeros segundos. Al momento, si pudo escuchar una especie de pasos en la dirección en la que había notado la brisa, por lo que, confiado y valiente, los siguió.
Atravesó unas decenas de metros hacia el interior del bosque yendo tras aquellos pasos hasta que, de repente, llegó a un claro en el que había una charca, bordeada por rocas y juncos, en la que habitaban todo tipo de animales diminutos como insectos y ranas ¡Como croaban esas ranas! Los pasos nunca más fueron escuchados.
La verdad es que poder apreciar ese estanque, lleno de sonidos, la noche fresca y clara y el reflejo de las estrellas sobre el agua, haciendo sobre ésta una cama de puntos tintineantes fue una experiencia de una belleza que Martín nunca más olvidaría. Quizás por la simpleza de las cosas, por la belleza que se encuentra en el caos del mundo natural, quizás por el toque mágico de todo aquel lugar o una combinación sinérgica de todo lo dicho y más cosas aún.
Este tipo de cosas son a las que me refiero, en casi cualquier circunstancia, aunque no sean situaciones extraordinarias, como una aurora o un cometa, estamos rodeados de cosas que son dignas de ser vistas, oídas, tocadas, olidas. Bien podría haber sido el comienzo de un álbum musical o de una saga de libros de novela fantástica, pues durante siglos los artistas se han sentido movidos por belleza como esa. Simplemente hay que tener la mente despierta y dejarse sorprender.
De esta manera, ese camino que Martín solía hacer a menudo para evitar el tráfico de la ciudad, puede convertirse en un lugar mágico, de sosiego y fuente de creación.
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