Por: Magdalena Mihaylova
¿Cómo olvidar aquella conversación, aquel atardecer, aquel verano?
¿Te acuerdas de ese verano?
Sí, aquel cuando
paseábamos por una laguna nocturna,
el aire cargado con humedad y deseo,
la electricidad entre cuerpos.
Paseábamos sin preocupaciones,
escondidos en la sombra de la noche,
libres por fin de andar sin rumbo,
parando en los rincones para besarnos,
para mirarnos.
La calle vacía, las estrellas guiñando,
el cemento todavía caliente—
la euforia de un verano contigo.
En aquella época,
me parecían momentos encantadores:
los paseos ilícitos, las miradas ocultas,
tu pie en mi tobillo debajo de la mesa.
La luna brillante en tus ojos, yo temblando en la arena—
nadie sabía dónde estábamos,
que éramos.
¿Te acuerdas?
¿Fue así para ti también?
El verano ya ha terminado,
y apenas puedo recordar la brisa de la montaña
aquel día en junio, cuando nos sentamos en una roca
y dijimos en voz alta lo que subyacía
todos los cafés compartidos,
todas las siestas envueltos entre sí,
todas las despedidas en mi portal,
todos los paseos infinitos por nuestra ciudad.
Ahora lloro porque me has olvidado,
porque para ti se ha convertido en un verano más
de un calor insoportable.
Ahora lloro porque mi nueva ciudad
nunca duerme, porque nunca te encuentro
en el toque de un desconocido.
Ahora lloro porque ya no me quieres,
ni en la sombra, ni en el silencio de la noche,
ni siquiera como tu secreto.
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