Por: Pablo Felipe
Monte Fuji, fotografiado por el autor.
Hoy he ido al monte y éste me ha reconocido. Quizás haya sido por mi andar o mis rizos, que también fueron los tuyos una vez. Tal vez por mi rodilla, que aún guarda el recuerdo de aquella caída; una herida que es tan mía como tuya. A lo mejor por mi pesar, que es lo más evidente de todo. Está claro: el monte se ha acordado de nosotros. Dieciséis años han pasado, que se dice pronto. Me acuerdo de la subida de manera cristalina. A veces iba de tu mano, otras por mi cuenta, saltando de piedra en piedra.Tú ya lo sabes, pero mi cuerpo siempre ha tendido al aire y al bosque; al río, los pies en el barro, la herida en la rodilla.
Hoy, dieciséis años después, he contemplado el mismo paisaje que me quisiste enseñar entonces. Me pregunto qué pensarías ahora que las piedras que me veían saltar y bailar se han transformado en hormigón y cristal. Ahora que soy más tú qué nunca y ya no necesito que vigiles mi paso ni me limpies las heridas. Ahora que todo lo que queda de ti soy yo, nosotros y este paisaje.
Aquella última vez no llegué a la cima contigo. En cuanto la herida empezó a sangrar me bajaste con mis padres y seguidamente volviste al monte, esa vez tú solo. Me pregunto qué vista tendría este lugar el momento en el que lo coronaste. Me preguntó si el monte se sintió tan orgulloso de ti como hoy de mí.
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