Por: Rocío Barbosa Cano
Arpía. f. Un monstruo fabuloso.Una mujer perversa. (f. coloq. p. us.) Persona codiciosa que con arte o maña consigue cuanto puede. (Sin) bruja, basilisco, malvada, diablesa, diabla, fiera, furia. (RAE, s.f.) En todas sus acepciones, “una mujer que representa los miedos masculinos” (Miate, 2022)
“Yo tengo abierta la ventana porque así se escapa el tiempo sin verte
Tengo tantas cosas, tengo todas en mi mente
Después de ti entendí
Que el tiempo no hace amigos
Qué corto fue el amor
Y qué largo el olvido
(...)
Seré inmortal
Porque yo soy tu destino”.
"Inmortal", La oreja de Van Gogh
Había sido su amiga, su amante, su madre y hasta su mujer. Y ahora solo era “la puta loca que veía cosas donde no las hay”. Por primera vez desde que había abierto la boca decía alguna verdad el desgraciado.
En estos cinco años había visto muchas cosas que no había.
Había visto una casa con balcón, donde siempre daba el sol.
Había visto dos hijos que yo había parido y que nunca se parecían a mí.
Había visto una suegra que nunca me querría por robarle a su hijo y a un suegro que me adoraba por sacar a su hijo de allí.
Había visto los veranos en Torremolinos en el mismo hotel de camas individuales y buffet libre—rancio y solitario, como nosotros.
Había visto un marido que trabajaba hasta las siete en cualquier trabajo fácilmente sustituible por un ordenador, hasta las nueve en un gimnasio donde no había ni una sola mujer y hasta las 12 en un sofá que se había descolorido del uso.
Había visto una mujer.
¿Sabéis que “marido” no tiene femenino porque para ellos es una característica más y para nosotras, toda nuestra existencia?
Había visto no llegar fin de mes, había visto la cuesta de enero, los baches, la maratón. Me había visto con una losa al pie luchando eternamente por no ahogarme.
Había visto todo lo que podríamos haber sido pero no seríamos porque en estos cinco años yo había visto demasiado.
Había visto cada una de las opciones posibles de mi vida y las odiaba todas.
Sin embargo, allí estábamos. Tú con marcas de pintalabios en una camisa y yo con las 100 pruebas de que este show no podría rozar más el cliché.
El problema no era que yo estuviera loca. Aunque siendo sinceros, existía cierta similitud de fechas entre la compra del Lorazepam y todas tus idas y venidas.
Y el problema claramente no era que yo no viera, más bien que estaba ciega de tanto ver.
Y es que si el amor es ciego, era porque solo te veía a ti. Me había puesto la venda, le había puesto un candado, la combinación era tu cumpleaños y rezaba porque no lo abrieras.
Eras el padre y el hijo y el espíritu santo—estabas en todos los lados.
Siempre fui agnóstica porque siempre necesité depositar mi destino en unas manos que no sangraran. Y las mías ya tenían costras de tirar.
Ponerle a una religión tu nombre fue la excusa más barata que encontré para permanecer de rodillas. Alguien me tendría que haber dicho que esperar a los pies de un árbol no hace que eche raíces en tu casa, ni que florezca cuando tú le cantes.
Que labrar esa tierra con las manos solo va a hacer que las uñas se te pongan negras.
Durante tres años estuve vistiendo de negro. Iba al cementerio y le ponía flores a una tumba que ponía nuestros nombres. El epitafio era la canción más triste del mundo. Que corto fue el amor y que largo el olvido.
Inmortal como nosotros.
¿Es egoísta cargar con una pena que no es solo mía?
Vestí tres años de duelo, no me vengas ahora con que si te estoy abandonando.
Alguien te tendría que haber dicho que el abandono empieza mucho antes del portazo.
Que empieza cuando agradeces las migajas de los platos que nunca rompías.
Que termina con el silencio ensordecedor con el que me castigas en cada discusión por el mando de la tele. Para lo que hemos quedado, es decepcionante.
Que la decepción es sinónimo de descubrir que volcabas tu amor en un colador.
Qué putada que Bauman descubriera que el amor era líquido.
Que es asumir, que agradecer la limosna que me dabas, es ser el niño al que le ofrecen un caramelo para después reñirlo por caries.
Que la decepción es la misma: un chute de azúcar que deja agujeros.
Alguien me tendría que haber dicho que la intuición que hizo que supiera que tenías otra casa, otro balcón y otros hijos no era más que ansiedad. Y que la ansiedad no es más que un barullo descolocado y ruidoso de pensamientos.
Y a las mujeres, por mucho que se empeñen en decir lo contrario, a lo que más nos enseñan es a pensar.
Por mí y por todos mis compañeros.
Que las combinaciones de pensamientos no son infinitas y hasta un reloj parado da bien la hora dos veces al día.
Que la intuición era simplemente un pensamiento. El pensamiento que me dijo corre cuando me hiciste llorar en mi cumpleaños. El pensamiento que te dice así vas a vivir para siempre y de repente no quieres vivir y siempre te parece mucho.
Y es que era cierto (tan cierto como que me era infiel): el problema era que había visto todas esas cosas donde no había ni una. El problema era que le estaba dejando por una única cosa que sí había y no por todas las cosas que no:
Una casa con patio, unos hijos con mis ojos, una suegra para la que era una hija, unos veranos en Denia.
El problema era que él nunca habría tenido que tener intuición.
Se hubiera largado antes.
El problema es que la intuición era la única llave que tenía para salir de la jaula.
Porque para las mujeres, a veces el amor es una jaula. Y tú eras el canario que no se murió de la pena cuando a mi me arrancaron las alas.
El amor es una jaula y yo soy una arpía.
Saldré cuando yo quiera, no cuando otro me ame.
“El amor tal vez
Es un mal común
Y así cómo ves
Estoy viva aún
Será cuestión de suerte
(…)
Tengo el presentimiento de que empieza la acción
(Adentro, adentro te vas quedando)
Y las mujeres somos las de la intuición
(Así, estoy dispuesta a todo, amor)”.
“Las de la intuición”, Shakira.
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